O sea, que la cosa iba en serio. No sólo el propósito de Carles Duarte, presidente del CoNCA (Consell Nacional de la Cultura i les Arts) —esa parodia del Arts Council británico que el consejero Mascarell alumbró en su etapa socialista y a la que dio la vuelta como a un calcetín, para convertirlo en un instrumento de su política, en su retorno a la consejería como paladín del Estado nuevo—, sino también el beneplácito de las alturas. O sea, del propio Mascarell y, en último término, del Mas a secas. 2013 será recordado como el año en que un escritor catalán en lengua castellana se alza por primera vez con un Premio Nacional de Cultura otorgado por la Generalitat. Por lo demás, que ese escritor sea Eduardo Mendoza y no Juan Marsé, Juan Goytisolo o Ana María Matute —por poner los otros tres nombres que salen siempre en estos casos en las quinielas— no debería tampoco mover a sorpresa. Amistades aparte, a alguno tenía que tocarle la china. Ahora sólo falta que el premiado, en consonancia con la alta responsabilidad que le confiere un galardón de este calibre, aproveche la ocasión para reivindicar un trato justo y paritario para quienes, en Cataluña, recurren al castellano como medio de expresión. Y no sólo en el campo literario. También en lo que atañe a la imagen institucional, a los medios de comunicación, a las ayudas y subvenciones públicas, al mundo socioeconómico y, por supuesto, al sistema educativo. Quienes llevamos años esperando ese momento le estaremos eternamente agradecidos.