El pasado domingo la periodista Laura Fàbregas traía a estas páginas el caso de Manuel Acosta, diputado de Vox en el Parlamento de Cataluña y profesor de catalán en excedencia. Que un profesor de catalán con 25 años de experiencia en la docencia –en secundaria y bachillerato, en concreto– sea diputado de Vox en el Parlamento autonómico ya constituye, por sí mismo, un caso digno de consideración. Pero resulta que Acosta, además, se ha ofrecido a dar clases de lengua catalana a los compañeros de hemiciclo que han solicitado los servicios de asesoramiento lingüístico –en catalán, claro– de la Cámara, convencidos como están, se supone, de que necesitan mejorar si desean progresar adecuadamente en su dominio del catalán. Que más de uno necesita mejorar no hay por qué dudarlo, a juzgar por las palabras del propio parlamentario de Vox: “He tenido que corregir las múltiples faltas de ortografía, de cohesión, coherencia y adecuación que cometen muchos diputados, especialmente los de CUP, Junts, ERC y PSC, en sus escritos y discursos”.

Como pueden figurarse, el ofrecimiento de Acosta no irá más allá del gesto. Ninguno de los diputados apuntados hasta la fecha para ser asesorados lingüísticamente –un 15% del total del Parlamento– recogerá el guante. Pero, aun así, viniendo de quien viene y dirigiéndose a quien se dirige, sirve para poner de manifiesto la enorme hipocresía de los eximios representantes de unos partidos que han convertido la lengua catalana en la piedra angular de esa nación que llevan construyéndose desde el último tercio del siglo XIX y que, pese a ello, son incapaces de expresarse sin llenar sus discursos y sus escritos de clamorosos lamparones ortográficos y gramaticales.

A mí el caso de Manuel Acosta me ha recordado lo sucedido hará cosa de una trentena de años en el Departamento de Filología Catalana de la Universidad de Barcelona. Los profesores de aquel departamento, ante el paupérrimo nivel de catalán demostrado por los estudiantes de los últimos cursos –no de los primeros, sino de los últimos, a punto, pues, de convertirse en egresados– y ante la certeza de que iban a engrosar la nómina de los trabajadores de la lengua, o lo que es lo mismo, de que iban a abrazar el noble oficio de evangelizadores de la causa nacional, desde la tarima principalmente –todavía abundaban en aquella época–, pero también desde los numerosos puestos de la administración creados a tal efecto; los profesores, decía, decidieron introducir una prueba de nivel a final de carrera para verificar que el dominio del idioma de cada licenciado en filología catalana fuera el que debía ser. Lo decidieron, pero no lo hicieron. Cuando los afectados, o sea, los estudiantes –y, en especial, los de segundo ciclo– recibieron la noticia, no se cruzaron de brazos. Al poco, en los tablones que adornan el legendario patio de letras de la universidad, escenario de tantas batallas en los tiempos heroicos del antifranquismo, aparecieron unas fotocopias de textos firmados por los propios profesores del departamento en las que, debidamente subrayadas o rodeadas con un círculo, se señalaban incorreciones tan o más ominosas que las de sus alumnos. Como es de suponer, la iniciativa para establecer la prueba fue retirada. Ignoro si más adelante se retomó, pero dudo que aquellos profesores o sus sucesores se expusieran a repetir un bochorno semejante.

Esta semana, precisamente, la lengua catalana ha vuelto a ser noticia. De un impacto discreto, si se la compara con el de las nuevas revelaciones sobre la ciénaga gubernamental, pero noticia al cabo. Y de las gordas. El presidente de la Generalidad catalana presentaba con todo el boato de las grandes ocasiones un Pacte Nacional per la Llengua dotado con 255 millones el primer año, millones que han de servir, entre otras cosas, para ampliar el radio de imposición de la lengua catalana. Ahora toca, al parecer, atizar a la administración general del Estado y a las empresas concesionarias del gobierno regional, sin descuidar, por supuesto, los frentes habituales y en particular la enseñanza. Ah, también los medios de comunicación deberán pasar en adelante por un filtro ideológico antes de ser acreditados para trabajar en el Parlamento autonómico. Eso sí, por si puede servir de consuelo a los en otro tiempo conocidos como los chicos de la prensa, no parece que, tal como está el patio, vayan a someterles a un examen de catalán.

Filología catalana

    15 de mayo de 2025
Jornadas como las del lunes son propicias a todo tipo de bulos y conspiranoias. De los muchos que corrieron por las redes y las ondas, han destacado una vez más los ciberataques con marchamo ruso, de indiscutible impacto por estos pagos desde que el intento de golpe de Estado de Puigdemont y compañía puso al descubierto nuestras flaquezas en ciberseguridad. Añádase a lo anterior la reciente rescisión del contrato de compra de armamento a Israel, al que podrían seguir otros muchos en materia militar y, en especial, los relacionados con la defensa ante posibles agresiones cibernéticas. De ahí a deducir que Israel, como respuesta a nuestro incumplimiento, nos hubiera dejado, como se dice vulgarmente, con el culo al aire, hay sólo un paso.

Aun así, esa clase de infundios tienen siempre remedio, a condición de que al apagón eléctrico no le siga uno informativo. Y lo cierto es que el Gobierno no puso un particular esmero a la hora de informar. Pedro Sánchez compareció cinco horas y media después del apagón, cuando el caos y el colapso en la España peninsular eran ya de órdago, y fue para soltar el clásico “no se descarta ninguna hipótesis” y pedir la no menos clásica “colaboración de los ciudadanos”. Luis Montenegro, su homólogo portugués, si bien recurrió a los mismos tópicos, compareció tres horas antes que Sánchez y señaló que todo apuntaba a que la avería provenía de España, país del que Portugal es en gran medida dependiente energéticamente. (A propósito, no sé cómo andarán ahora aquellas encuestas más o menos recurrentes sobre el iberismo. La última que he podido consultar, publicada en 2019 por electomania.es, arrojaba un resultado de un 70% de españoles a favor de una hipotética unión ibérica entre ambos países, Andorra y Gibraltar, frente a un 60 % de portugueses. No parece que lo ocurrido el lunes vaya a ayudar a acrecentar el segundo porcentaje.)

Los días siguientes, pese al empeño de Sánchez en no descartar ninguna hipótesis –ni siquiera la del ciberataque ruso, como sí hizo en cambio, desmintiéndola, la empresa público-privada Red Eléctrica, principal operadora del sistema eléctrico y responsable del equilibrio entre la generación y la demanda de electricidad, cuya presidenta es la exministra socialista Beatriz Corredor– han servido para arrojar algo de luz sobre las posibles causas del apagón. No del apagón en concreto, cuyo origen sigue siendo a estas alturas un misterio, sino de unos antecedentes de los que hicieron caso omiso su presidenta y el Gobierno. En concreto, los informes que los técnicos de la empresa elaboraron desde 2020 advirtiendo de desajustes de frecuencia que podrían estar relacionados con la introducción de las energías renovables. Lejos de reconocer esta posibilidad, Pedro Sánchez, aparte de insistir en que no descartaba ninguna hipótesis, aprovechó su comparecencia del martes para ratificarse en lo acertado del cierre de las nucleares llevado a cabo por su Gobierno.

Pero acaso el apagón informativo más relevante y que nada tiene que ver con la electricidad fue el que se produjo la misma mañana del lunes y que confirma, por si hacía falta, la baraka con la que parece contar Pedro Sánchez. A primera hora conocíamos que la juez Beatriz Biedma había resuelto abrir juicio oral por prevaricación y tráfico de influencias contra el hermano del presidente del Gobierno, David Sánchez, el presidente de la Diputación de Badajoz y líder del PSOE de Extremadura, Miguel Ángel Gallardo, y un asesor de la Moncloa y ocho cargos de la propia Diputación pacense. Pues bien, el impacto de la noticia tuvo una vida corta. El apagón de las 12:33 lo cortó en seco. Lo que no significa, claro está, que el interés por la noticia no vaya a renacer a medida que el juicio oral se desarrolle.

Sea como sea, abandonen toda esperanza los españoles de bien, que son afortunadamente la mayoría. Ese proceso judicial no cambiará en absoluto la determinación del otro Sánchez de resistir a toda costa y sin pararse en barras hasta el final de la legislatura. Es más, cuanto peor pinten los sondeos electorales, más se empecinará el capitán del barco gubernamental en mantenerse en su puesto contra viento y marea hasta completar los cuatro años que la Constitución le permite estar. Si algo le importa un comino, y lo ha demostrado con creces, es dejar el país hecho unos zorros.


Los otros apagones

    1 de mayo de 2025