Aunque los periódicos lleven ya algún tiempo interesándose por esa chica de Vic, Sílvia Orriols, alcaldesa de Ripoll, diputada en el Parlamento de Cataluña y líder de Aliança Catalana, no ha sido sino hasta el último sondeo del Centre d’Estudis d’Opinió (CEO) –para entendernos, el CIS catalán, pero sin un Tezanos que lo dirija– que Orriols y el experimento político que encabeza han adquirido la categoría de fenómeno. Y es que el sondeo del CEO arrojaba un dato espectacular: si hoy se celebrasen elecciones autonómicas en Cataluña, Aliança podría igualar a Junts en la tercera plaza y quedaría a muy poca distancia de ERC, que ocuparía la segunda. Lo de Orriols y su partido, pues, debe ser tomado en serio. Tan en serio que, tras año y medio de legislatura, la formación habría multiplicado por diez el número de escaños obtenidos en mayo de 2024.

Los análisis, como es natural, no se han hecho esperar, y han incidido, en general, en unos mismos aspectos como claves de la fulgurante ascensión de Aliança. De un lado, el recurso a un discurso claro, simplista, atento, antes que al corazón independentista, a los problemas reales de los ciudadanos, sean o no independentistas, y a las soluciones que esos problemas merecerían y no reciben por parte de la clase política catalana; así, la inmigración –con especial énfasis en la de religión musulmana–, la inseguridad, la vivienda –léase, sobre todo, la okupación– o el despilfarro de dinero público mediante subvenciones a una ristra interminable de proyectos y asociaciones del universo woke falsamente solidarios –por caso, la famosa flotilla–. De otro lado, la personalidad de Orriols, reflejada en sus declaraciones y en la excelente oratoria que exhibe en sus intervenciones parlamentarias: una mujer valiente, de mirada fría, que no duda en decir las cosas por su nombre, lo que no impide que para ello recurra a menudo a las consabidas falacias de las formaciones populistas.

Todo lo anterior hace que a Aliança se la tenga por una fuerza xenófoba. Lo es, sin duda alguna. Pero al encasillarla de este modo se olvida que su aparición ha servido para blanquear la xenofobia de otra fuerza política, Junts, y también en cierta manera la de ERC, como si el rechazo a cuantos ciudadanos, catalanes o no, se sienten o se consideran españoles no fuera ya por sí mismo, y sin necesidad de añadirle ninguno de los ingredientes que caracterizan a los partidos de extrema derecha, una conducta xenófoba. Por lo demás, el hecho de que su auge coincida según el sondeo con un desmoronamiento de Junts en sus feudos tradicionales de la Cataluña interior, hasta el extremo de privar a los de Puigdemont de su primacía electoral en las provincias de Lérida y Gerona, ha inducido a creer que estaríamos asistiendo a una simple transferencia de voto de una fuerza a otra. Sin negar la existencia de ese trasvase y su papel determinante en el crecimiento exponencial de Aliança, resulta obligado fijarse también en el impacto que el partido estaría teniendo entre los jóvenes y que compartiría con el otro partido situado en la derecha más extrema, es decir, Vox.

En definitiva, la irrupción del partido liderado por Orriols en el escenario político catalán y su formidable crecimiento es algo que debería preocupar a las demás formaciones que componen el mainstream nacionalista. Hubo una vez en Cataluña un partido llamado Ciudadanos que empezó de la nada y que en unas condiciones mucho peores que las que afronta hoy en día Aliança llegó a ganar once años más tarde de su nacimiento las elecciones autonómicas. Y eso que no sólo no formaba parte del mainstream nacionalista de entonces, sino que incluso había nacido para combatirlo.

El fenómeno Aliança Catalana

    5 de diciembre de 2025
Dentro de la deleznable campaña emprendida por el Gobierno para celebrar que se cumplen cincuenta años de la muerte de Franco en la cama, ha aparecido esta semana en los principales periódicos de papel un anuncio que lleva como lema “La democracia es tu poder”. En consonancia, supongo, con el inicio del medio siglo conmemorado, el texto está impreso en blanco y negro en una hoja arrugada, como las que salían de aquellas vietnamitas con las que la oposición al régimen se enfrentaba a golpe de octavilla a la dictadura del general. El contenido merece una exégesis a fondo. Yo aquí me limitaré a una parte del mensaje, aquella donde se plasma hasta qué punto el nacionalismo ha infectado hasta las entrañas lo que nos queda de Estado.

El texto consiste en un listado de los derechos que “tú” –se supone que en tanto que ciudadano español– puedes ejercer gracias a esa democracia cuyo inicio el Gobierno de Pedro Sánchez ha situado, falsariamente, el 20 de noviembre de 1975, en vez de tomar como referencia el 15 de diciembre de 1976, fecha de la aprobación en referéndum de la Ley para la Reforma Política; o el 15 de junio de 1977, cuando se celebraron las primeras elecciones generales desde el inicio de la guerra civil, o el 6 de diciembre de 1978, fecha de la aprobación en referéndum de nuestra Constitución.

Vayamos con dos de esos derechos conquistados a los que alude el texto. El primero, “Poder ser nacionalista, progresista o conservador”, consagra la añeja aspiración del supremacismo –catalán, vasco o gallego– de erigirse como una ideología aparte, transversal, en la que poco importa ser progresista o conservador y donde lo único que cuenta es llevar puesta la camisa vieja del nacionalismo. La construcción disyuntiva no puede ser más explícita.

El segundo derecho, “Poder estudiar en tu lengua”, no admite otro destinatario –para quien reside en aquellas partes del Estado que disponen, según los respectivos Estatutos de Autonomía, de una “lengua propia”– que el ciudadano que tiene como propia la misma lengua que el Estatuto considera territorial. Como nadie ignora ya a estas alturas, en estas regiones de España estudiar en castellano es un imposible, a no ser que uno opte por inscribir a sus hijos en una escuela privada. De ahí que los castellanoparlantes, porcentualmente mayoritarios en dichas regiones, no puedan darse por aludidos, sino, por el contrario, doblemente afrentados. De un lado, por la mentira que encierra el mensaje; de otro, por la hipocresía y el cinismo de quienes lo han urdido a sabiendas de que faltaban a la verdad.

Por todo ello, de igual modo que en la redacción de la llamada Ley de Amnistía intervino al parecer el secretario general de Junts, no debería descartarse que en la concepción de este anuncio haya ocurrido algo parecido. Y más aún si se repara en que en la mismísima Gran Vía madrileña han colgado una lona gigante donde se lee “Poder posar un anunci en català enmig de la Gran Vía”, acompañado del lema de campaña “La democracia es tu poder”. Lo destacaba en la red social X Ángel Escolano Rubio, presidente de la asociación Convivencia Cívica Catalana, y lo encabezaba con el siguiente comentario: “El Gobierno de España puede colgar una lona gigante en catalán en plena Gran Vía de Madrid (pagada con nuestros impuestos), pero Loli no puede rotular sólo en castellano su mercería en la Diagonal de Barcelona: la obligan a usar catalán. Libertad, pero para lo que les interesa.”

Aunque quién sabe si, al cabo, no es todo mucho peor y resulta que este Gobierno de España tiene ya tan asumido, tan interiorizado el hecho diferencial del nacionalismo catalán que ni siquiera precisa de su ayuda para idear una campaña como esta.