El Ayuntamiento de Barcelona no ha anunciado en la versión castellana de su página web una convocatoria para ocupar 100 plazas de su policía local. Tampoco lo había hecho anteriormente con una convocatoria para ocupar 60 plazas del cuerpo de bomberos. Como consecuencia de ello, muchos ciudadanos que venían preparándose para esas oposiciones y vivían pendientes de que el Ayuntamiento hiciera pública la oferta de empleo público en su página web para presentar su candidatura, se han quedado con las ganas por el simple motivo de haber pretendido informarse a través de la versión castellana de la página. Porque la convocatoria, claro, sí apareció colgada en la correspondiente versión en catalán. Según el gerente de Recursos Humanos del Consistorio, la informática tiene la culpa. Lo que debía ser traducido, por hache o por be no lo ha sido. Pero el Ayuntamiento no está por la labor de rectificar. O sea, de anular las oposiciones para que los damnificados por la informática municipal puedan tener también su oportunidad. Dice el gerente que las convocatorias se publican igualmente en los boletines oficiales y que en ellos no ha habido discriminación lingüística. Da igual que el propio Ayuntamiento recomiende a los ciudadanos, de forma encarecida, realizar las gestiones —solicitud y pago de tasas— a través de su página web. Como el castellano ya ha tenido su oportunidad, no procede rectificar. Al fin y al cabo, el castellano no es la lengua del Ayuntamiento. Hoy mismo Crónica Global recordaba el desprecio chulesco con que el alcalde Trias acogió en 2012 una sentencia del Tribunal Superior de Justicia de Cataluña en la que se instaba a la Corporación a anular el Reglamento de Usos Lingüísticos que establece el catalán como lengua preferente. Nada de paridad entre lenguas, vino a decir entonces. ¡Sólo faltaría! Y al que no le guste que se aguante.

Catalán, 2 – Castellano, 1

    30 de junio de 2014
Hace ya algunos años que dejé la universidad. Después de haber vuelto. Dudo mucho que en adelante vaya a reengancharme de nuevo. La edad, por supuesto. Pero también la universidad. El año pasado colaboré gustoso, junto a Álvaro Delgado-Gal, en el libro ideado e impulsado por Jesús Hernández, «La universidad cercada» (Anagrama). En él, cerca de una veintena de docentes con el común denominador de haber dedicado casi toda su vida a la enseñanza superior dejaban testimonio de su naufragio. Del de esa enseñanza superior y del suyo propio en tanto que «partie prenante». Algunos incluso habían abandonado el barco antes de tiempo. Para qué seguir, si eso se va a pique. Claro que no todo el mundo es de la misma opinión. Y hasta se da el caso, singularísimo, de quien regresa a la universidad después de más de tres décadas de ausencia. Alfredo Pérez Rubalcaba, en efecto. Según ha manifestado, en septiembre, tras dejar la política, se reincorporará a su puesto de profesor de Química Orgánica de la Complutense —esa universidad cuyo rector acaba de pedir un préstamo de 8 millones para pagar las nóminas—. Eso sí, al parecer no impartirá clases hasta el segundo cuatrimestre del próximo curso, lo que le permitirá reciclarse. 33 años de organicismo político son muchos años. De todos modos, Rubalcaba cuenta con una indiscutible ventaja respecto a cualquier otro que estuviera en su situación. Lo que se va a encontrar en febrero de 2015 en las aulas de la Complutense no será sino obra suya, fruto de sus propias entrañas políticas. Estudiantes modelados en la horma de la LOE —reencarnación de aquella LOGSE que él mismo contribuyó a alumbrar desde las bambalinas del Ministerio de Educación— y desaguados en una universidad pública cuya matriz no es otra que aquella LRU de sus primeros tiempos como jefe de gabinete del ministro Maravall. En otras palabras: el químico podrá comprobar in situ —más allá de las cifras de todos conocidas, que colocan a España en el sumidero educativo de los países económicamente desarrollados— los efectos de su experimento. Y entonces acaso empiece a lamentar haber dejado la política.

(ABC, 28 de junio de 2014)

Volver a la universidad

    28 de junio de 2014
El problema del relevo generacional es que, a este paso, se va a quedar sin relevo. Así se desprende, al menos, de los datos facilitados ayer por el INE. Llevamos cinco años cayendo y no parece que esto tenga remedio. O sea, la diferencia entre nacimientos y óbitos en España es cada vez menor y pronto será negativa. De hecho, lo es ya en siete Comunidades Autónomas. Si la tendencia no varía —y no hay razones para creer que vaya a variar—, dentro de nada nos vamos a encontrar con que las generaciones más jóvenes serán considerablemente más reducidas que las más viejas. Una pirámide de edad invertida, vaya. Porque lo que no para de subir, en cambio, es la esperanza de vida de los españoles. Ahora roza ya los 83 años —con dos añitos de propina si uno tiene la suerte de ser mujer—. Así las cosas, promover como se está promoviendo el relevo generacional en todas las instancias de nuestra vida pública, como si de 45 o 50 para arriba uno estuviera ya poco menos que para el arrastre, no sólo se me antoja una barbaridad, sino una solemne estupidez. En gran parte, por lo mucho que se desaprovecha. Pero también porque la selección de los mejores tendrá lugar en generaciones cada vez menos nutridas y probablemente peor preparadas. Un mal negocio, en definitiva. Por no decir una ruina para el país. Si bien se mira, el único relevo generacional digno de ser considerado es el de nuestros futbolistas internacionales. Aquí sí que el paso del tiempo es implacable. Lo que no garantiza, por supuesto, que los que vayan a tomar el relevo estén a la altura de sus antecesores.

Un relevo sin relevo

    25 de junio de 2014
El grado de embrutecimiento de la vida política española y, en particular, de la catalana puede medirse por el trato que hombres y mujeres públicos dispensan a nuestra ley suprema, esto es, a la Constitución. Ayer mismo, en La Vanguardia, el opinador Ramoneda contraponía la Cataluña autonómica en la que CIU y PSC se repartían el poder a la Cataluña postautonómica en la que ambos partidos han entrado en crisis, como si España, hoy, no fuera ya un Estado estructurado en Comunidades Autónomas, y una de estas Comunidades fuera Cataluña. Y también ayer, en Catalunya Ràdio esta vez, el presidente Mas pedía a Felipe VI que actuara «con imaginación, escuchando a la gente y sabiendo que las cosas no son como hace 40 años, y no sólo invocando a la Constitución». Y, en el colmo del cinismo, basaba su petición en el papel moderador que esa misma Constitución confiere al jefe del Estado. En síntesis: le estaba pidiendo al Rey un harakiri, como el practicado por las Cortes franquistas en los albores de la Transición, cuando sus señorías aprobaron la Ley para la Reforma Política que iba a acabar, de facto, con lo que ellas mismas representaban. Con una diferencia notoria, eso sí: si entonces se trataba de pasar de la dictadura a la democracia, ahora de lo que se trata es de pasar de la democracia a vaya usted a saber qué régimen y, por supuesto, qué Estado.

Cuanto más se acrecienta esa ola de obsceno menosprecio de la ley, más apremiante resulta la reacción de todos los españoles de bien en defensa de esta, su Constitución. Sin peros, sin matices. Porque acaso hoy más que nunca merece la pena seguir siendo libres e iguales.

Con la Constitución

    23 de junio de 2014


(Gustavo Riff [Ignacio Agustí], "Soberanía del mar", Destino, 24-4-1937)
La apelación de Don Felipe VI, en su discurso de coronación, al «concierto de las lenguas» de España y su afirmación de que estas constituyen «los puentes para el diálogo de todos los españoles» ha venido a coincidir con la noticia de que la Consejería de Educación del Principado de Asturias tiene previsto implantar en el próximo curso escolar, en la etapa de primaria, la enseñanza del bable y de la cultura asturiana en detrimento de la de una segunda lengua extranjera. Como es sabido —y como algunos columnistas han recordado ya—, las lenguas de España no favorecen el diálogo entre los españoles; más bien lo dificultan. Sólo una, la castellana, cumple desde hace siglos con esta función y es por ello por lo que la Constitución la reconoce como la única oficial del Estado. Así pues, la inclusión en el discurso real de esa mención a la bondad comunicativa de la pluralidad lingüística española no puede sino entenderse como una concesión a la galería nacionalista o, en otras palabras, como un aserto falsable. Lo que demuestra hasta qué punto el simbolismo idiomático, con todo lo que conlleva, sigue condicionando nuestras políticas públicas.

Como muestra del alcance del sarampión, la decisión de la Consejería asturiana. Con el agravante además de que en Asturias no gobierna, que se sepa, ninguna forma de nacionalismo periférico, sino la izquierda toda, amparada en la condescendencia de un diputado de UPyD. Y con la circunstancia, nada menor, de que el bable ni siquiera es lengua cooficial en el Principado. Por supuesto, nada tengo contra el hecho de que esta lengua —o cualquier otra que alguien considere oportuno rescatar de las tinieblas— pueda ser enseñada y aprendida en la escuela. Pero siempre como una opción. Que la única alternativa a la asignatura de «Lengua asturiana» vaya a ser, a partir de septiembre, «Cultura asturiana», orillando de este modo la posibilidad de cursar un segundo idioma extranjero, supone una conculcación del derecho de los padres a escoger para sus hijos entre lo ornamental y lo útil. O sea, del derecho a ejercer con plena conciencia y responsabilidad su paternidad.

(ABC, 21 de junio de 2014)

El concierto de las lenguas

    21 de junio de 2014
En Mallorca hay un hombre que desea morirse en catalán. Eso no significa, por supuesto, que esté deseando morirse; sólo que, llegado el caso, quisiera hacerlo en catalán. Sucede, sin embargo, que ese devoto de la catalana muerte, al hacer pública el pasado sábado su voluntad, llevaba cerca de 40 días en huelga de hambre, por lo que algunos, entre los que me cuento, vimos en sus palabras no ya un deseo, sino un último deseo. Por fortuna, a los dos días el hombre, aconsejado por amigos y familiares, había desistido del ayuno. Y parece que poco a poco, a base de sopitas, va recobrando los kilos perdidos y, con ellos, la salud.

Ese hombre se llama Jaume Sastre y es profesor de secundaria en un instituto de Llucmajor. Se trata, asimismo, de uno de los miembros más señalados de la denominada Asamblea de Docentes, constituida hace cosa de un año para oponerse a la pretensión del Gobierno Balear de implantar un nuevo modelo educativo basado en la libre combinación de catalán, castellano e inglés como lenguas vehiculares. Sastre, pues, está en el origen del proceso de batasunización del sistema público de enseñanza en Baleares. Lo que equivale a decir que es corresponsable, en primerísimo grado, de las huelgas salvajes, de las coacciones a docentes, alumnos y padres de alumnos y, en general, del caos creado en las aulas de la Comunidad. Y de sus consecuencias educativas, claro. Su última pretensión como integrante del núcleo duro asambleario fue la de conceder un aprobado general político en primaria y secundaria; pero ahí ni las propias bases le siguieron. Y luego vino el ayuno. Total, que sus sufridos alumnos, después de tantas y tan diversas huelgas, apenas habrán tenido docencia este curso.

Pero ese hombre que aspira a morirse en catalán y, según confiesa, a «estudiar en catalán» y a «amar en catalán»; en una palabra, que aspira a «vivir en catalán» antes de morir y «ser enterrado» de esta suerte, ese hombre tiene un pasado. Y no uno cualquiera. Sastre fue el fundador, hará pronto dos décadas, del llamado Lobby per la Independència, verdadero exponente del pensamiento más xenófobo que han conocido estas islas. En la página web del Lobby, a los «forasters» —léase madrileños, castellanos, españoles, inmigrantes, etc.— no sólo se los moteja de fachas, sino que se les anima incluso a surcar el Mediterráneo en un barco de rejilla. Y no vayan a creer que eso convierte al personaje en alguien marginal. ¡Ca! Para que se hagan una idea, Sastre ha sido, entre otras muchas cosas, el biógrafo autorizado del corrupto expresidente popular Gabriel Cañellas y uno de los principales palmeros de la archicorrupta Maria Antònia Munar, a la que llegó a organizar una concentración de desagravio a las puertas mismas de la prisión.

Aunque tal vez el lector se esté preguntando, a estas alturas del artículo, por qué ese hombre, siendo mallorquín —y Dios sabe lo que les gusta a los mallorquines comer—, emprendió una huelga de hambre. Pues, aunque parezca mentira, para exigir al presidente José Ramón Bauzá diálogo. Diálogo con la susodicha Asamblea de Docentes, claro, con cuyos representantes la Consejería de Educación del Gobierno que preside Bauzá se había reunido ya un montón de veces sin resultado alguno por el empecinamiento de los asamblearios en no ceder ni un palmo en sus exigencias. Pero eso poco contaba. Una vez quemado el cartucho del aprobado general, había que encender otro y ese, por obra y gracia de Jaume Sastre, pronto revistió los tintes del martirio. Un profesor resuelto a ofrecer su vida por el catalán. O sea, un funcionario dispuesto a renunciar para siempre a la condición de tal. ¡Ahí es nada! El pasado sábado, en la manifestación barcelonesa de Somescola donde fue leída su proclama sacrificial, muchos manifestantes paseaban su efigie como si de uno de esos inmolados por el Islam se tratara. Y días antes, en un pueblecillo costero de Mallorca, una camisetera —así llaman por aquí a las docentes de la Asamblea que no se quitan la camiseta verde ni en la ducha— abordó al presidente Bauzá en plena calle para pedirle diálogo y compasión. Porque el culpable de todo, sobra añadirlo, es el presidente Bauzá, que no hace nada para remediar ese estado de cosas.

Yo no sé, francamente, si Jaume Sastre conseguirá morirse en catalán. Entre otros motivos, porque no alcanzo a figurarme en qué puede consistir semejante forma de morirse. De lo que no me cabe, en cambio, la menor duda es de que algún día va a dejar este mundo. Como yo, como usted, como el de más allá. Y a mí al menos, qué quieren que les diga, cuando llegue la hora, lo último que deseo es que me vengan con lenguas.

(Crónica Global)

Morirse en catalán

    18 de junio de 2014
Llevo días dándole vueltas a la dimisión de Pere Navarro y preguntándome por qué este socialista de Tarrasa ha tomado las de Villadiego, y nada, todo en vano. Por mucho batacazo electoral que hubieran representado para el PSC las europeas, el porcentaje de voto logrado era prácticamente idéntico al de las últimas autonómicas. Y ello a pesar de los amagos de escisión y de las tendencias más o menos disruptivas presentes en el socialismo catalán y a pesar, por supuesto, de la enorme presión ejercida por el nacionalismo ambiente desde todos los flancos sociales e institucionales imaginables. En otras palabras: los apoyos recibidos por el partido demostraban que la gestión de Navarro como primer secretario del PSC, si no buena, sí había sido, como mínimo, pasable, lo que, dadas las circunstancias, tenía su mérito. ¿Entonces? Parece que después del 25 de mayo el socialista de Tarrasa inició una ronda de contactos con pesos pesados del partido para analizar la situación y lo que recabó de esos próceres, lejos de motivarle, le sumió en el desánimo. Ignoro, claro, qué pudieron decirle los barones a su señor, pero dudo mucho que fuera algo nuevo y sustantivo. A no ser que le recordaran un hecho del pasado que, como todo lo pasado, ya no tenía remedio.

Y ha sido esta mañana, precisamente, al leer la información sobre las razones por las que la alcaldesa de Santa Coloma de Gramanet, Nuria Parlón, ha declinado postularse para suceder a Navarro, cuando he visto claro. Todo es culpa de una foto, de aquella foto. Jaume Collboni, el candidato a la alcaldía de Barcelona, lo comentaba hace unos días, y Parlón, al parecer, también ha aludido a ello. Aquella foto en la que Navarro, en vísperas del Día de la Constitución, aparecía brindando con Albert Rivera y Alicia Sánchez Camacho, en presencia de la delegada del Gobierno en Cataluña, ha acabado siendo su perdición. Para ese par de barones —y quién sabe si para otros con los que el socialista de Tarrasa ha cambiado impresiones— esa imagen fue un error. No se puede brindar por la Constitución cuando el nacionalismo ha decidido que ya no es cosa suya —suponiendo que lo haya sido alguna vez—. No se puede defender públicamente la ley cuando el nacionalismo ha resuelto saltársela. En Cataluña esa desafección se paga cara.

¿Y el PSC?, acaso se pregunten. ¿Qué va a ser de él? Pues poca cosa, me temo. Si es que no termina naufragando. Por de pronto, dicen que pondrá sus destinos en manos de quien fue fontanero de Narcís Serra y se ha convertido, con el tiempo, en una suerte de inspector de alcantarillas socialistas. No es mala idea. Sobre todo cuando en el PSC no paran de detectarse vías de agua.

Aquella foto

    16 de junio de 2014


(Andrenio, "Una estadística necesaria", La Voz, 22-6-1925)
Dicen que lo de esta tarde en Barcelona será una fiesta. Y como resulta que quienes lo dicen son los propios organizadores, habrá que creerles. Una fiesta, pues. Con este título: «Per un país de tots, decidim escola catalana». O sea, dos en uno. Por un lado, la cohesión social como placebo justificativo de la inmersión lingüística. Por otro, el tan manido derecho a decidir. Y todo ello envuelto en un ambiente festivo, que es como suelen hacer las cosas los catalanes y, en particular, ese mundo de la escuela en el que apenas se distingue ya quién es quién -esto es, quién el maestro o profesor, quién el padre de familia, quién el representante de la administración, quién el liberado sindical-, de tanto como se han fundido las funciones y los intereses de cada cual. En realidad, lo único que se alcanza a distinguir a estas alturas en ese magma llamado «comunidad educativa» son los alumnos, y por una estricta razón de edad. Y de oportunidad., claro. Porque los alumnos, en especial los más jóvenes, son la coartada perfecta de quienes organizan esa clase de procesiones carnavaleras. Sin ellos, poca fiesta habría. Entre otras razones, porque una de las claves del éxito de la movilización de hoy está en la participación de esas generaciones futuras de ciudadanos instruidos en la creencia de que la escuela catalana no puede ser sino en catalán, y de que a nosotros, los catalanes, no hay quien nos tosa, ya que tenemos derecho a decidir. Llevan meses preparando en las aulas y en los talleres creados ex profeso por Òmnium Cultural -la principal de las 43 entidades que componen Somescola, promotora del evento- todo tipo de materiales con que disfrazarse para que Barcelona sea esta tarde una fiesta. Seguro que ante esa visión ejemplarmente familiar habrá quien se apresure a entonar una loa al civismo, al civismo catalán. Y, en cambio, detrás de esa fiesta, de esa ocupación de la calle, de ese enorme dispendio de dinero público que no ha servido en modo alguno para lo que tenía que servir, no habrá habido sino manipulación de conciencias, infracción de la ley y descarado llamamiento a la insumisión.

(ABC, 14 de junio de 2014)

Y sigue la fiesta

    14 de junio de 2014
Si algo tiene de bueno el nacionalismo es su franqueza. Ya por infantilismo, ya por decrepitud, ya por una elementalidad irrefrenable, los catalanistas de todo grado y condición acostumbran a manejarse con una transparencia asombrosa. Dicen lo que sienten. Si hay que salirse de tono, se salen. Si hay que soltar una lagrimita, la sueltan. Es verdad que están convencidos de que los vientos soplan ahora a su favor y eso les da alas. Pero, en realidad, como nunca han distinguido entre lo público y lo privado, todas esas expansiones que una persona medianamente instruida reservaría para la alcoba ellos las exhiben sin reparo alguno en la plaza pública.

Entre esos exhibicionistas —dejo a un lado, claro, los Homs, Rahola, Sala i Martín, Terribas y compañía, cuyas expansiones rayan a menudo en la obscenidad— emerge, es un decir, la figura del expresidente Pujol. Hace ya meses, en uno de esos editoriales que alumbra su fundación, invitaba a los catalanes a ocupar la calle para tratar de convencer a Europa de que somos europeos. Supongo que esa exhibición castellera del pasado domingo que logró reunir a cerca de 200 personas en la Alexanderplatz berlinesa —según las crónicas, tantas personas como miembros componían la expedición— y que llevó a proclamar en Barcelona a la presidenta de Òmnium Cultural —delante de la Sagrada Familia y junto a un Ferran Mascarell que cada vez se parece más, en todos los aspectos, a Jaume Sobrequés— que Europa necesita a los catalanes [sic]; supongo que esa exhibición, decía, formaba parte de la estrategia preconizada entonces por el otrora Ubú presidente. Y ayer, sin ir más lejos, Pujol declaraba a su emisora amiga, en relación con la crisis entre Convergència y Unió, que «en este momento se tambalea todo. (…) ¿O no se tambalea el PSC, y el PSOE, y todas las instituciones?»

Cierto. La sensación es de que todo se tambalea. Pero, más allá de las sensaciones, están los hechos. Y estos indican, de forma harto tozuda, que en ese tambaleo hay quien mueve los cimientos y quien trata de apuntalarlos. Jordi Pujol y sus amigos están sin duda en el primero de los casos. Y lo están en tanto que formación política —lo que no les aleja, en modo alguno, de expertos desestabilizadores como la CUP, Sortu, ERC o Izquierda Unida, o de recién llegados a la movida como Podemos— y en tanto que responsables de una institución, la Generalitat, que encarna, hasta nueva orden, la representación del Estado en Cataluña. O sea, su grado de responsabilidad es mayúsculo, y por partida doble. Ayer mismo, coincidiendo con las declaraciones de Pujol, nos enterábamos de que la Generalitat hizo la vista gorda ante la ristra de referéndums ilegales celebrados en Cataluña el pasado 25 de mayo, coincidiendo con las europeas —la hizo, al menos, antes de que la Junta Electoral requiriera la incautación de las urnas— y de que incluso habría asesorado a los organizadores de esas consultas sobre la forma de eludir posibles sanciones.

Y, por supuesto, llueve sobre mojado. Recuérdese el caso Can Vies, y al Ayuntamiento de Barcelona acordando con los antisistema la devolución a estos del inmueble okupado. Recuérdense las numerosas sentencias de los tribunales referidas a la presencia del castellano en la escuela, y al Departamento de Enseñanza asegurando que no piensa acatarlas. Recuérdese, en fin, la procesión carnavalera prevista para este sábado en Barcelona —en la que va a pedirse, lisa y llanamente, que la nueva ley de educación no se aplique en Cataluña—, y a los organizadores del evento, Somescola.cat, reclamando a ese mismo Departamento de Enseñanza «firmeza» en la insumisión y unas directrices claras sobre cómo proceder durante el próximo curso. Igual, en definitiva, que con las urnas ilegales del 25 de mayo.

Esa connivencia entre las instituciones y los colectivos cuyo principal objetivo es subvertir la ley y el orden es lo que hace que todo se tambalee. Y esa connivencia, en estos momentos, se da tan sólo en una parte de España. Aunque termine por afectar a España entera.

(Crónica Global)

Tambaleándonos

    11 de junio de 2014
Cuentan que una de las razones por las que Josep Antoni Duran Lleida ha decidido arrojar finalmente la toalla —sea cuál sea, que aún está por ver, la plasmación final de esa toalla arrojada— es una frase pronunciada el pasado viernes en la Universidad de Ginebra por Francesc Homs, el ministro de Propaganda del Gobierno de la Generalitat y primer lacayo de Artur Mas. Vaya por delante que cualquier acto de Homs entraña un riesgo evidente. Y muy especialmente si ese acto es un acto de voz. Que semejante tarugo pueda hablar en la universidad —y no en una catalana o española; ¡en una suiza!—, constituye una demostración palmaria del nivel en que se encuentra, aquí y allá, el otrora templo del saber. Pero, en fin, el caso es que el viernes Homs tomó la palabra en la Universidad de Ginebra. Y dijo, entre otras cosas, que el principal motivo de la abdicación del Rey había sido «mantener el negocio familiar». Según ahora ha trascendido, a Duran esas palabras le han parecido improcedentes. A mí también me lo parecen. Pero seguramente no por las mismas razones que a Duran. Si un negocio familiar ha habido y sigue habiendo en España es el del nacionalismo, catalán o vasco. Todos los demás, en el supuesto de que hayan existido, han sido ya barridos por la crisis y sus efectos. Véanse, por ejemplo, los dos grandes partidos nacionales, con sus redes y tentáculos en entredicho y sus cajas ocultas al descubierto. Sólo el nacionalismo, en sus formas más variadas, ha resistido el envite. Así, el catalán. Desde las subvenciones a La Vanguardia y El Periódico hasta el liviano proceso del caso Palau. Desde la mordida del 3% hasta la vergonzosa utilización de la memoria de Pasqual Maragall. Desde TV3 hasta la inmersión lingüística. Desde la figura de un Francesc Homs hasta la de un Duran Lleida. Et j’en passe. Y, no contentos con ello, los que no abogan por la independencia reclaman ahora una tercera vía. Para seguir haciendo negocios. Por Cataluña.

Negocios familiares

    9 de junio de 2014
La abdicación de nuestro Rey ha provocado una serie de réplicas a lo largo y ancho del territorio nacional. Acaso las más notorias hayan sido las de Madrid, por aquello de la ley de la calle. Ver la Puerta del Sol llena de banderas republicanas cuando llevamos ya algunos lustros edulcorando nuestra Segunda República con imágenes retro de esta plaza en las páginas editoriales, en los paneles expositivos y en las pantallas cinematográficas y televisivas, no puede sino mover a la nostalgia. ¡Ah, los felices treinta! A nadie parece importar que esa felicidad durara en realidad apenas un mes, hasta que empezaron a arder los conventos. En nuestra España todo el mundo se siente con derecho a todo, y del mismo modo que hay quien reclama una nueva Constitución porque la actual no pudo votarla, hay quien reclama una nueva República porque aquella no pudo vivirla. Si incluso el antiguo dirigente de extrema derecha Ricardo Sáenz de Ynestrillas estaba en Sol dando rienda suelta a la nostalgia y exigiendo un cambio de bandera.

Pero lo de Madrid quedó, en el fondo, circunscrito a la calle. Las fuerzas políticas representadas en el Congreso se comportaron, en general, como se espera que se comporten unas organizaciones que encarnan la voluntad popular: con responsabilidad. Distinto ha sido el caso de Cataluña. Aquí, para variar, ha primado la insensatez, así en la calle como en la mayoría de los partidos. Que ERC no iba a apoyar el proceso sucesorio era cosa sabida. Pero que CIU fuera a abstenerse, lo que equivale a decir que se opondrá, no entraba dentro de lo previsto. O sí, en la medida en que ya nada de lo que pueda salir de la actual Cataluña responde a lógica alguna. Como se demuestra con el desenlace de la casa «okupada» de Can Vies, el desgobierno se ha convertido en la principal seña de identidad de la región.

De todos modos, hay que comprender a los catalanes. O, al menos, a los pocos que aún conservan algo de lucidez. Mientras que un madrileño de esos que se han pasado media vida diciendo «yo no soy monárquico, soy juancarlista» podrá afirmar en adelante que es «felipista», un catalán, ni soñarlo. Sería como mentar la bicha.

(ABC, 7 de junio de 2014)

Los rep(ub)licantes

    7 de junio de 2014
Como acostumbra a suceder en las grandes ocasiones, uno recuerda dónde estaba cuando recibió la noticia. Yo estaba frente a la pantalla del ordenador. Había terminado mi apunte del día, lo tenía ya colgado en mi página web y algo debía de estar buscando en la red porque, de pronto, me crucé con el titular de El Confidencial. Se trataba de un anticipo, dado que el presidente Rajoy todavía no había comparecido ante los medios en La Moncloa, pero todo indicaba que la cosa iba en serio. Pasada la sorpresa inicial —por supuesto, la hipótesis de la abdicación llevaba mucho tiempo instalada en la opinión pública, pero no como algo inminente y menos tras la recuperación del Rey—, en lo primero en que pensé fue en la vigencia de lo que acababa de escribir. Es natural; en periodismo las opiniones duran lo que dura su razón de ser y, ante noticias como la de este lunes, pocas habrá que logren mantener el tipo. Aun así, enseguida me apercibí de que lo mío, por suerte, era también un anticipo. O, mejor dicho, podía leerse como tal. Sobra añadir que lo anticipado no era la abdicación del Rey. Pero sí, hasta cierto punto, lo que a mi juicio conviene hacer en adelante si no queremos echar por la borda lo que el reinado de Juan Carlos I ha representado para este país.

Yo hablaba de unidad, de unidad ante la evidencia de que los partidarios de acabar con la España constitucional —ya rompiendo España, ya rompiendo la Constitución, ya rompiendo lo uno y lo otro— no se paraban en barras a la hora de dejar atrás sus diferencias y arremeter contra el enemigo común. Por descontado, semejante empresa unitaria debería empezar por los dos grandes partidos nacionales. ¿Pero qué puede esperarse de unas formaciones lastradas por sus múltiples y reiteradas incapacidades? El PSOE es en estos momentos una suerte de alma en pena, sin cuerpo en el que encarnarse. Y el Partido Popular, un conglomerado reticente, miedoso y acomplejado. De ahí que fijara mi atención en las otras dos únicas formaciones de ámbito nacional susceptibles de defender esa España constitucional —el caso de Vox hay que ponerlo de momento en cuarentena, hasta comprobar si tiene o no recorrido—, esto es, en UPyD y Ciutadans. La suma de sus votos en las europeas convertían una hipotética unión de ambos partidos en una más que probable tercera fuerza, sólo superada por PP y PSOE. Con el inconveniente, eso sí, de que esa unión, mil veces reclamada en distintas tribunas y ampliamente anhelada por la militancia y los votantes de ambas formaciones, sigue bloqueada por el rechazo de quienes capitanean una de las dos naves, la que lleva precisamente en su mascarón, y en posición señera, el tan preciado vocablo.

Así las cosas, no queda otro remedio que afrontar la situación presente desde la sociedad civil. Es decir, desde un amplio movimiento ciudadano que haga oír su voz y ponga todo su esfuerzo en defender España y su Constitución. No se trata de sustituir a los partidos. Se trata de hacerles ver la gravedad de la hora y la necesidad de unirse en un solo y perentorio proyecto. Lo que no debería confundirse tampoco con una suerte de encastillamiento. La Constitución puede ser reformada, claro está. Pero no porque lo soliciten socialistas en crisis, carlistas redivivos, federalistas de ocasión o terceras vías nacionalistas en busca de un destino. En los tiempos que corren, con una consulta secesionista a la vuelta de la esquina y una izquierda deseosa de liquidar el sistema y empezar a cortar cabezas —aunque sea en sueños— como en los grandes días revolucionarios del 36, lo primero que hay que preservar es la ley o, si lo prefieren, nuestra ley de leyes. Y preservar significa obedecer, respetar. De lo contrario, el país se vuelve ingobernable y acaba siendo pasto de la anarquía.

España, esta España, sigue valiendo la pena. Y si algo hay que agradecerle al Rey saliente es haberla hecho posible. Sólo faltaría que fueran ahora los propios españoles quienes, unos por acción y otros por omisión, la echaran de nuevo a perder.

(Crónica Global)

Ante la gravedad de la hora

    4 de junio de 2014


En las últimas elecciones europeas, EPDD (Esquerra pel Dret a Decidir), la franquicia europea de ERC, sacó 19.566 sufragios en Baleares, lo que equivale al 7,25% del voto emitido y supone un incremento de 4,27 puntos con respecto a los resultados cosechados en 2009. Dicho aumento debe atribuirse en buena medida al apoyo recibido por parte de la formación mayoritaria de la izquierda nacionalista, el PSM —integrado, junto a unos cuantos grupúsculos afines, en la coalición Més—, que desistió de presentarse a los comicios y pidió el voto para EPDD. Anteayer ERC de Baleares decidió integrarse en Més. El pancatalanismo balear ha consumado, pues, su unión.

En estas mismas elecciones, UPyD obtuvo en Baleares 18.038 sufragios, lo que equivale al 6,69% del voto emitido y supone un incremento de 3,92 puntos con respecto a 2009. Pero UPyD no se benefició de desistimiento alguno. Al contrario de lo ocurrido en las últimas legislativas, en las que Ciutadans no se presentó y pidió el voto para el partido magenta, esta vez los de Albert Rivera concurrían a las elecciones. Y sacaron 6.181 votos, un 2,29%. Por consiguiente, de haber ido unidos, habrían obtenido como mínimo 24.219 sufragios, un 8,98%, lo que les habría aupado a la cuarta plaza en la Comunidad, superando a EPDD y a EU-IB —la IU balear— y quedando a un escaso 1,5% de Podemos.

Por supuesto, no se me escapa que esos comicios eran europeos y que la gente votaba en una circunscripción única para todo el territorio español. Pero esa misma suma realizada a escala nacional, donde UPyD sacó un 6,49% del sufragio emitido y Ciutadans un 3,16, habría permitido a una hipotética coalición de ambas fuerzas alcanzar un resultado incluso mejor: un cuarto lugar, a un escasísimo 0,35% del tercero, Izquierda Unida —sin contar, claro, con el presumible incremento generado por los efectos de la alianza—. Parece, pues, imperioso volver a postular —y hacerlo, si cabe, con un mayor apremio, dados los desafíos a los que se enfrenta hoy en día la España constitucional— la necesidad de una unión entre UPyD y Ciutadans. Aunque sea una unión de circunstancias. La hora es grave. Y el ejemplo de Baleares, donde el independentismo pancatalanista no ha dudado en unirse para alcanzar su objetivo —que no es otro, recordémoslo, que el de acabar con esa España constitucional—, debería servir no ya de aviso, sino de verdadero y definitivo rebato.

La imperiosa unidad

    2 de junio de 2014


(Enrique Gómez Carrillo, "El ajenjo", El Liberal, 5-3-1906)