Pero lo de Madrid quedó, en el fondo, circunscrito a la calle. Las fuerzas políticas representadas en el Congreso se comportaron, en general, como se espera que se comporten unas organizaciones que encarnan la voluntad popular: con responsabilidad. Distinto ha sido el caso de Cataluña. Aquí, para variar, ha primado la insensatez, así en la calle como en la mayoría de los partidos. Que ERC no iba a apoyar el proceso sucesorio era cosa sabida. Pero que CIU fuera a abstenerse, lo que equivale a decir que se opondrá, no entraba dentro de lo previsto. O sí, en la medida en que ya nada de lo que pueda salir de la actual Cataluña responde a lógica alguna. Como se demuestra con el desenlace de la casa «okupada» de Can Vies, el desgobierno se ha convertido en la principal seña de identidad de la región.
De todos modos, hay que comprender a los catalanes. O, al menos, a los pocos que aún conservan algo de lucidez. Mientras que un madrileño de esos que se han pasado media vida diciendo «yo no soy monárquico, soy juancarlista» podrá afirmar en adelante que es «felipista», un catalán, ni soñarlo. Sería como mentar la bicha.
(ABC, 7 de junio de 2014)