Todavía recuerdo aquel domingo de hace algo más de un año. Lo recuerdo, ante todo, porque aquel día estábamos en Vicenza, y hay ciudades que no se olvidan. Pero también porque era domingo y se acercaba la tarde. No existe nada más triste que una tarde de domingo, incluso si uno tiene la suerte de hallarse en Vicenza, de haber pasado la mañana de palacio en palacio y de haber visto, entre otras muchas maravillas, el Teatro Olímpico. Terminada la comida, exprimida la sobremesa, ya no queda otro recurso que finalizar la jornada encerrado en casa o en el hotel o, si el tiempo acompaña, paseando por el campo o la ciudad. No era el caso de aquel domingo vicentino. En el cielo asomaban ya grandes nubarrones y cualquier paseo se convertía en una temeridad. Fue entonces cuando descubrimos, en la propia desembocadura del Corso Andrea Palladio, una librería abierta. En domingo. Y por la tarde, cuando no abren más que los cines y algunos bares. Y lo más significativo no es que aquella librería estuviera abierta, sino que encima era importante y estaba llena de gente. Había turistas, a la búsqueda de un recuerdo encuadernado, y también no pocos lugareños, hojeando novedades o leyendo cualquier cosa en un rincón.

Claro que todo esto ocurría en Vicenza, la ciudad de Palladio. Quiero decir que no ocurría en España. Es este, sin duda, uno de los encantos de viajar. O uno de los peligros, pues el viajero opera siempre por contraste, lo que le lleva a menudo a lamentarse por haber nacido donde ha nacido y no un poquito más al norte. Ahora, por ejemplo, el Gobierno francés acaba de promulgar una ley que permite la apertura de las tiendas en domingo en las principales ciudades del país. Al parecer, la iniciativa tiene como objeto revitalizar el comercio, garantizar el derecho de los consumidores a hacerse dignos de tal nombre y mejorar la situación del empleo ampliando la franja horaria laboral. En síntesis, favorecer la libertad de los ciudadanos, ya sean empresarios, trabajadores o circunstanciales clientes.

Por supuesto, imaginar algo similar en España es cosa de locos. Primero, porque la ley por la que nos regimos precisa que el número mínimo de domingos y festivos en que los comercios podrán abrir sus puertas será de 12 al año. Pero, luego, porque esa misma ley indica que cada Comunidad Autónoma podrá incrementar o reducir ese número según le venga en gana, mientras conserve un mínimo de 8. Resultado: la inmensa mayoría de las Comunidades han fijado un tope de 8, excepto la de Madrid, que lo ha establecido, honrosamente, en 22.

Para que luego algunos vayan presumiendo de libertad, de progreso, de bienestar y, sobre todo, de cultura.

ABC, 30 de agosto de 2009.

Abierto en domingo

    30 de agosto de 2009
1. Josep Lluís Carod-Rovira continúa ofreciéndose. Un poco como los futbolistas cuando quieren el balón. Sólo que él, en vez de aspirar al balón, aspira al cargo. Antes, su liderazgo se daba por hecho. Ahora, en cambio, lo que se da por hecho es el liderazgo de Puigcercós, así en el partido como en las listas electorales. Con todo, Carod-Rovira no desfallece. Quiere seguir. Natural: ningún político dice basta si todavía se ve capaz de medrar. Aunque lo peor no es eso; lo peor son sus razones. Por ejemplo, que alguien con su experiencia tiene el «deber» de «poner a disposición del partido todo este capital político» —y el partido la obligación de contar con él, se supone—. O que una persona que entró en política «a los 12 años (…) no se retira a los 57». La verdad, no sé qué clase de política haría Carod a los 12 años, como no fuera la de cantar alguna canción prohibida alrededor de un «foc de camp». Pero lo que sí sé es que las adicciones son peligrosas, llámense tabaco, sexo o política. Y que más vale quitarse de ellas cuanto antes, sobre todo si uno las viene arrastrando desde la más tierna edad.

2. El Museu d’Història de Catalunya ofrece hasta el 24 de septiembre una exposición muy instructiva. «Retallables de la guerra civil (1936-1939)», se llama. La exposición permite imaginar cómo debieron ser estos años para los niños españoles. Más allá de la tragedia cotidiana, fueron un juego. Un juego de niños. A uno y otro lado del frente, los pequeños, ayudados tal vez por algún abuelito, iban recortando soldados, tanques, aviones, ambulancias, destructores, y plegándolos por la línea de puntos hasta darles una apariencia real. Pero sólo recortaban y plegaban los suyos. Al enemigo, ni agua ni cartón. Así se deduce, cuando menos, de los pies de imprenta de cada una de las láminas expuestas en las paredes del museo. Por otra parte, la exposición también permite entender cuál es la función simbólica de las lenguas. No la de entonces, la de ahora. Un ejemplo. Al término del recorrido —breve, por lo demás—, el visitante se topa con dos vitrinas. Cada una contiene recortables, recortados y plegados esta vez, de uno de los bandos en liza. Junto a cada pieza, una cartela informativa. Las de la vitrina correspondiente al bando nacional están todas en castellano. Las de la correspondiente al bando republicano, todas en catalán. Así se interpreta la historia.

3. Las palabras del diputado Madina, secretario general del Grupo Socialista en el Congreso, son las que mejor resumen el nivel del debate político en lo referente al culebrón estatutario. Según Madina, la sentencia del Constitucional hay que acatarla y punto. Ahora bien, al diputado no le cabe duda de que el Estatuto catalán es constitucional. ¿Por qué? Porque «si no, no lo habríamos aprobado». De lo que se deduce que quien está realmente facultado para interpretar la Constitución no es, como algunos creemos, el Alto Tribunal, sino nuestra clase política. Así las cosas, ¿de qué sirve tener un Poder Judicial?

ABC, 29 de agosto de 2009.

Postales veraniegas (5)

    29 de agosto de 2009
Cualquiera que haya tenido ocasión de viajar al norte de Europa o de pasar una temporada en uno de estos países que Josep Pla acostumbraba a calificar de hiperbóreos, habrá observado hasta qué punto impera en ellos el orden. Parafraseando al clásico, puede decirse que allí el orden es la medida de todas las cosas. De puertas adentro y, en especial, de puertas afuera. La conciencia de que sin orden no hay vivencia ni convivencia posibles se halla sumamente extendida —y contrastada— en aquellos pagos. Por eso la mayoría de la gente acepta, como un mal menor y necesario, que no todo es factible, que hay cosas que se pueden hacer y otras que no, y que las permitidas deben realizarse conforme a lo establecido en leyes y ordenanzas.

Pero la mayoría no es toda la gente, claro. Siempre hay —incluso en estos países— quienes se escudan en una libertad mal entendida para negarse a aceptar las reglas del juego. Eso sí, al actuar de este modo, se exponen, si les pescan, a que les caiga una multa de padre y muy señor mío, una de esas multas que no se olvidan y suelen tener, en el futuro, carácter disuasorio: o el infractor vuelve al redil y no reincide, o sigue tan rebelde como de costumbre, pero en otros parajes. Como los del sur, por ejemplo.

Y es que aquí, en esta España nuestra, aun cuando rijan, en según qué zonas, normas parecidas, una cosa es la ley y otra muy distinta su aplicación. Aquí, al contrario que allí, uno puede depositar la basura en la calle, de cualquier forma y a cualquier hora, sin que ninguna autoridad le llame al orden. Aquí, al contrario que allí, uno puede dormir en la plaza pública y hasta hacer sus necesidades a pleno sol sin que nadie se atreva siquiera a echárselo en cara. Aquí, al contrario que allí, uno puede armar jarana hasta las tantas y pasearse en uno de esos artefactos tuneados que amenazan con dejar a los demás medio sordos, y todo el mundo lo encuentra la mar de natural. Aquí, en fin, uno puede hacer lo que le venga en gana, por más que al hacerlo perjudique al prójimo, y, al contrario que allí, no pasa nada.

Para qué seguir. Aquí el desorden es la medida de todas las cosas. Y especialmente en verano, cuando el clima invita a cuantas expansiones nos pide el cuerpo y nos sugiere la mente. Y, si no, miren esos extremeños a los que la pasada semana no se les ocurrió otra cosa para acabar de celebrar una despedida de soltero que montarse en un remolque enganchado a un turismo e ir haciendo «trompos» por un recinto ferial. Hasta que se la pegaron, claro. ¿Y saben quién se llevó la peor parte? Pues ni más ni menos que el padre del novio y su futuro consuegro.

A eso se le llama predicar con el ejemplo.

ABC, 23 de agosto de 2009.

Usos y costumbres

    23 de agosto de 2009
1. Me alegro de que casi todos los medios escritos españoles hayan coincidido en no designar la nueva Ley Orgánica de Educación venezolana con las siglas de rigor. Qué quieren, un símbolo es un símbolo. ¿O acaso les parecería éticamente aceptable que nuestra prensa se refiriera a la LOE para hablar de una ley distinta a la española, esto es, para recordar que estamos ante un texto «ideologizante», calificado por el propio gobierno de Chávez de «instrumento esencial para fundar la nueva conciencia del socialismo del siglo XXI»? Menudo belén se armaría, ¿no? Nada, nada, no vayamos a confundir ahora España con Venezuela. Al fin y al cabo, que en ambos países exista una ley orgánica de educación y un socialismo que la ampara no deja de ser pura coincidencia.

2. Joan Tardà ha propuesto «la retirada transitoria de los diputados catalanes en Madrid» como medida de presión en caso de que la sentencia del Constitucional sea finalmente adversa. El hombre dice tomar como referencia la retirada de todos los parlamentarios catalanes en 1918, cuando el Gobierno de España rechazó el primer proyecto de Estatuto de Autonomía de Cataluña. No veo por qué; esa retirada histórica, encabezada por Cambó y su Lliga, de nada sirvió. Ya puestos, podía haberse fijado en otro antecedente, el de los diputados del grupo de Esquerra que en junio de 1934 abandonaron también sus escaños para protestar por la sentencia del Alto Tribunal de entonces que declaraba inconstitucional la Ley de Contratos de Cultivo de la Generalitat. Ese abandono, como mínimo, procuró a los correligionarios de Tardà su pequeño instante de gloria, el único que jamás hayan tenido: el 6 de Octubre.

3. A mí también me gustaría que María Dolores de Cospedal aportara las pruebas que demuestran que su partido ha sido sometido a escuchas ilegales. Entre otros motivos, porque así el decano de la prensa catalana continental tendría que renunciar a titulares como este: «El PP se reafirma en su estrategia del victimismo frente al Gobierno». Después de casi tres décadas de no aplicar nunca ese concepto a la política de los distintos gobiernos autonómicos en relación con la de los gobiernos centrales respectivos, resulta bochornoso leerlo ahora cada dos por tres en letras de molde aplicado a los pobres —en Cataluña, se entiende— populares. Y no les digo en agosto.

4. Pep Solà, que acaba de terminar una biografía de Joan Vinyoli que saldrá a la calle por Navidades, me envía el cartel del homenaje que Begur ha organizado al poeta en ocasión del 25 aniversario de su muerte. Tenía que ser un simposio, como el celebrado hace cinco años en Santa Coloma de Farners, pero se ha quedado en una simple jornada, el próximo 12 de septiembre. Qué le vamos a hacer. Con todo, Solà es optimista y cree que para 2014, coincidiendo con el centenario del nacimiento de Vinyoli, ya no habrá excusas y la Generalitat deberá decretar el correspondiente Any Vinyoli. Ojalá. Aunque, la verdad, eso de que coincida con el referéndum independentista anunciado por el Bigotes no invita precisamente a la esperanza.

ABC, 22 de agosto de 2009.

Postales veraniegas (4)

    22 de agosto de 2009
No sé qué tienen las islas, que casi todo el mundo —sólo conozco una excepción, Jon Juaristi— se derrite por vivir en ellas. La culpa será de la literatura, me digo, tan contaminante. O de la imaginación, que para el caso viene a ser lo mismo. La verdad es que la simple alusión a una isla y a la posibilidad de instalarse en ella suele provocar en la mayoría de las naturalezas, un poco a la manera del perro de Pavlov, una secreción incontenible de felicidad. Es comprensible. En una isla se vive bastante bien. Y mucho mejor se viviría si uno no se viera forzado a abandonarla de tarde en tarde —o sea, si uno pudiera permanecer allí toda su vida, hasta el extremo de olvidar que se encuentra en una isla—.

Porque el problema es tener que salir. En fin, seamos francos: el problema es el avión. Una vez descartados, por inservibles, el coche y el tren, y ante la imperiosa necesidad de ausentarse, uno debe echar mano del avión. No queda más remedio. Cierto: está el barco. Pero el barco es enemigo de la prisa y de la distancia. O sea, que no hay tu tía: si el tiempo aprieta, hay que salir volando. Y, claro, eso de volar no acaba de convencer a mucha gente. Y no sólo porque el que vuela se expone siempre a caerse, sino también por las incomodidades que conlleva semejante actividad. Dejemos ahora a un lado las estrecheces del aparato, que han ido convirtiendo a los pasajeros en unos dignísimos émulos de los contorsionistas del Cirque du Soleil. No, no estoy pensando ahora en esa clase de incomodidades. Pienso en las que van apareciendo de resultas de la imparable expansión del avión como medio de transporte.

Por ejemplo, las relacionadas con el idioma. Si uno tiene la mala suerte de viajar en una compañía extranjera cuya lengua desconoce, ya puede irse preparando. Y, si no, que se lo pregunten al pasaje del avión de Vueling con destino a Alicante que la pasada semana tuvo que abandonar a toda prisa el aparato en el aeropuerto París-Orly, justo antes del despegue, por el incendio de un motor, y que a duras penas acertó a comprender, durante la evacuación, las indicaciones del personal de a bordo. Desventajas de ser francófono y no entender ni papa de español.

Claro que también existen incomodidades de orden físico. O pueden existir en el futuro, si el presidente de Ryanair, Michael O’Leary, se decide a llevar a la práctica sus amenazas. Por ejemplo, la de cobrarle al viajero un suplemento por usar el baño del avión. O la de hacerle pagar por viajar sentado. O, en fin, la de penalizarlo por no ser, a su juicio, una persona suficientemente agraciada.

Y todo porque uno es isleño y, como a los pájaros, no le queda más remedio que volar.

ABC, 16 de agosto de 2009.

Volando, volando

    16 de agosto de 2009
1. Calculo yo que C. llevaría en el Mercat de les Flors —dependiente del Instituto de Cultura, dependiente del Ayuntamiento de Barcelona— sus buenos quince años. Como mínimo. Era técnico de montaje, lo que significa que trabajaba de puertas adentro, sin apenas contacto con el exterior. Por lo demás, como habla perfectamente francés —amén de castellano y catalán—, su relación con los técnicos y artistas de las compañías de danza que allí representan sus obras —francófonas en su mayoría— era fácil y fluida. Sus propios compañeros se beneficiaban de ello. Y no digamos ya el centro coreográfico. Pero C. ya no trabaja en el Mercat. Hace un par de meses tuvo que examinarse del nivel C de catalán y suspendió. Y ese suspenso le acarreó el despido. Lo que son las cosas: mientras el Gobierno español ha puesto en marcha un Plan E para estimular el empleo, las instituciones catalanas, con el Ayuntamiento barcelonés en primerísimo lugar, han puesto en marcha un Plan C para estimular las listas del paro.

2. Artur Mas, presidente de Convergència i Unió, aboga por que el Tribunal Constitucional emita un fallo favorable al nuevo Estatuto catalán. Sus razones son extraordinarias: «Nos costó cuatro años tener este Estatuto, que es un contrato entre la Generalitat y el Gobierno, y acabamos muy cansados». O sea, ni derechos históricos, ni agravios comparativos, ni paisajes modelados, ni demás mandangas: el cansancio y nada más que el cansancio. Los señores diputados acabaron muy cansados y de ahí que uno de ellos ruegue al Alto Tribunal que apruebe ya el texto y no les obligue a empezar de nuevo. Las palabras de Mas me recuerdan a las de Joan Saura cuando declaraba que quería vivir un poco mejor después de 30 años en política, pero sin dejar la política. Supongo que el hombre también debe de estar cansado. Ahora bien, lo que ya no es de recibo es que la fatiga de sus señorías sea también mental. Es decir, que Mas pueda afirmar, por ejemplo, que «el 74% de los catalanes (…) votaron a favor» del Estatuto, cuando sabe perfectamente que fueron el 34%. Ay, pillín, pillín…

3. De la consulta realizada por la Xunta de Galicia para saber en qué lengua prefieren los padres que sean escolarizados sus hijos, lo que más me interesa es la consulta. O, lo que es lo mismo, el que un gobierno se haya atrevido a hacerla. No hay duda que los resultados son significativos, pues demuestran que el modelo impulsado por el anterior ejecutivo autonómico apenas contaba con un 20% de apoyo. Pero lo relevante, insisto, no son los resultados, sino la consulta misma. De ahí que pierdan el tiempo quienes van reclamando por esos foros de Dios que la Generalitat haga otro tanto. Jamás moverá un dedo. Lo que hay que hacer es impulsar una consulta al margen de la Administración. Buscar el dinero necesario para la encuesta y buscar la empresa demoscópica que pueda y quiera realizarla. Y, si todas se niegan, crear una «ex profeso». En definitiva, ir construyendo otra Cataluña.

ABC, 15 de agosto de 2009.

Postales veraniegas (3)

    15 de agosto de 2009
La verdad es que el producto no es original, sino una adaptación del ofrecido hace años por la cadena británica Channel 4 y algo más tarde por la francesa M6. Y no sólo eso: tampoco es muy auténtico. Quiero decir que, puestos a recrear el ambiente de un internado español de 1963, resulta difícil imaginar que chicos y chicos puedan convivir en un mismo centro, que no haya símbolo alguno del régimen político vigente entonces en el país y que no aparezca por ningún lado una referencia cualquiera a la religión católica. Pero, en fin, dejando a un lado esos aspectos —a los que cabría añadir la supresión, algo más comprensible, de todo castigo físico—, no hay duda que «Curso del 63», el nuevo «docu-reality» de Antena 3, promete.

Si bien se mira, y a pesar de que en la propuesta es imposible no advertir un guiño al internado de la serie que con tanto éxito está emitiendo ya la cadena, la idea de encerrar en un recinto educativo a una veintena de adolescentes de 18 o más años capaces de pasar por estudiantes de 6º de bachiller y de someterlos a una enseñanza regida por principios como el orden o la disciplina, hasta el punto de que el propio colegio ha sido bautizado —confiemos en que algo severamente— como «San Severo»; esa idea, digo, trasciende por fuerza las lindes del internado y de los «sixties» en que se enmarca la acción para remitir a un asunto actualísimo: el de la autoridad del profesor en el sistema público de enseñanza. O, si lo prefieren, el de la autoridad a secas, como fundamento de toda educación que se precie.

Cierto: los principios a los que aludieron los responsables del concurso en la presentación a la prensa distan mucho de ilustrar lo que se entiende por autoridad en sentido lato. Se quedan cortos, vaya, por lo que los espectadores pueden llegar fácilmente a la conclusión de que, tal como suelen pregonar los pedagogos al uso, la autoridad, en definitiva, viene a ser lo mismo que el autoritarismo. Y, aun así, el orden, la disciplina —y el consiguiente respeto que se deriva de su ejercicio—, son instrumentos indispensables en cualquier proceso educativo. Por eso es de esperar que en el programa televisivo profesores y alumnos se traten de usted. Que todos vistan con corrección. Que no vuelen objetos identificados o sin identificar de una mesa a otra. Que nadie eructe ni suelte ventosidades. Que los alumnos contesten de forma adecuada cada vez que el profesor les pregunte algo. Y, sobre todo, que, en caso de infringirse una cualquiera de estas normas, el infractor sea debidamente reconvenido y sancionado.

Aunque todos sepamos, en el fondo, que lo que vemos en la pantalla no deja de ser una triste ficción.

ABC, 9 de agosto de 2009.

Ficciones educativas

    9 de agosto de 2009
1. Al día siguiente de anunciar que no iba a ser el candidato de Iniciativa per Catalunya Verds en las próximas elecciones autonómicas, Joan Saura hizo unas declaraciones al que sin duda es su diario. Y, entre otras cosas, dijo allí lo siguiente: «(…) lo que quiero es vivir un poco mejor después de 30 años en política». Dejemos a un lado, si les parece, ese «un poco», tan de izquierdas, con que el consejero de Interior rebaja, de cara a la galería, sus expectativas de mejora, y vayamos a lo esencial. Lo esencial es que Saura no abandona la política ni, por consiguiente, la posibilidad de vivir de ella. Simplemente, renuncia a repetir como candidato. Y lo esencial es que, aun así, aspira a vivir mejor. Dado que entre las renuncias no van a estar ni el sueldo, ni las dietas, ni el coche oficial, ni los viajes pagados, ni —en un futuro más o menos próximo— el jugoso retiro de consejero, ¿qué puede significar para Saura vivir mejor? Pues, seguramente, tener más tiempo libre. O, lo que es lo mismo, ver premiada su entrega y dedicación. Ante semejante aspiración, uno no puede por menos de comprender que los españoles, tal como indica la última encuesta del CIS, consideren a la clase política el cuarto problema del país, por detrás del paro, el terrorismo y la inmigración.

2. Joan Ramon Resina es un catalán que vive y profesa en California y que, desde allí, observa el declive de Barcelona. Perfecto. Aunque no muy original, la verdad: baste indicar que algunos venimos observando algo parecido sin necesidad de ir tan lejos. Claro que hay declives y declives, y el observado por Resina no tiene nada que ver con el nuestro. Él cree que la ciudad ha caído en barrena porque le ha faltado fe en la nación, o sea, catalanidad por un tubo; nosotros creemos que los porqués de la podredumbre se hallan en partes no tan nobles. Pero también hay quien considera que en Barcelona no existe ninguna decadencia. A comienzos del año pasado, por ejemplo, cuando Resina difundió sus tesis, Ferran Mascarell, un optimista histórico, las rebatió públicamente, apelando al vigor inmarcesible de la ciudad. Pero eso fue entonces. Ahora, sostiene Resina, las cosas han cambiado. Y aduce, como muestra, el hecho de que Mascarell abrace ya sin complejos la causa de la nación catalana y de que Josep Ramoneda, su compañero de doctrinas urbanas, abogue incluso en los papeles por la mismísima independencia de Cataluña. Lo que decíamos, el declive de Barcelona.

3. En Palma de Mallorca acaban de detener a una banda dedicada al robo de pisos en plena noche, mientras sus moradores dormían. Cuentan las crónicas que los cacos entraban en las viviendas por las ventanas y los balcones abiertos, a los que se encaramaban trepando por cañerías y cables de electricidad. Pero lo sensacional del asunto no es esto; es la composición de la banda. Apunten: un alemán, un rumano, una española y un nigeriano. Nunca pensé que la práctica de la multiculturalidad llegara tan lejos.

ABC, 8 de agosto de 2009.

Postales veraniegas (2)

    8 de agosto de 2009
Dicen que el verano es tiempo de mudanzas. Y, si no lo dicen, «è ben trovato». Porque, en efecto, en verano todo muda, todo cambia de estado, de lugar. Para unos, el cambio es discreto. Para otros, radical. Pero nada ni nadie permanece invariable. La presencia misma de las vacaciones —de las propias y de las de los demás— constituye una referencia ineludible. Todo pasa por aquí. Los años no van de enero a diciembre, sino de vacaciones a vacaciones. El curso escolar es el único curso posible. Si uno debe fijar su residencia en otra ciudad o país porque así lo requiere su trabajo, tendrá que esperar a que los niños terminen la escuela. Incluso si sólo debe emprender una mudanza de piso en la propia localidad donde reside, es muy probable que lo deje para finales de junio. Verano nuevo, vida nueva.

Pero acaso lo más relevante de este periodo estival en que nos encontramos sea el cambio de paisaje. No me refiero ahora al paisaje físico, del que huimos casi por obligación para instalarnos durante un tiempo en otros mares, a ser posible del sur. No, me refiero al paisaje humano. Tanto si vivimos en un pueblecito como en una gran ciudad, y a poco que ambos emplazamientos posean algún atractivo, con la llegada del calor todo se trastoca. En el primer caso, la población aumenta de forma considerable; están los de siempre, que no tienen razones ni medios para marcharse, y están los advenedizos. En el segundo, por el contrario, se produce más bien un fenómeno sustitutivo. Los habituales, los de toda la vida, han emigrado temporalmente y han sido reemplazados por otras tribus, venidas de cualquier parte del mundo. De un modo u otro, el paisaje humano se ha modificado.

Y esa modificación, claro, trae consecuencias. Hace un par de domingos, por ejemplo, en una metrópolis mediterránea a la que vuelvo de tarde en tarde más por obligación que por placer, se me ocurrió coger un taxi. Cuando le indiqué al conductor —un hombre manifiestamente suramericano— la dirección, me contestó con suma amabilidad que le disculpara, pues era nuevo en la ciudad y no sabía dónde demonios paraba la calle en cuestión. Como yo tampoco sabía cómo llegar a ella, acabó dejándome en el punto de intersección entre sus conocimientos y los míos, esto es, a unas cuantas manzanas del lugar. Y, una semana más tarde, volvió a ocurrirme lo propio. Esta vez el taxista era manifiestamente magrebí, aunque igual de novato y amable que el del viaje anterior. Y esta vez tenía GPS. Lástima que antes de que lograra escribir en la pantalla el nombre de la calle solicitada estuviéramos un buen rato perdidos en la noche metropolitana.

Ya ven, todo muda. Empezando por uno mismo, claro.

ABC, 2 de agosto de 2009.

Tiempo de mudanzas

    2 de agosto de 2009
1. El Ayuntamiento de Amposta ha retirado al dictador Francisco Franco el título de alcalde honorífico y perpetuo de la localidad, título que ostentaba desde 1963. Me parece una medida acertada. Tan acertada como tardía. Los cargos perpetuos son consustanciales a las dictaduras. De ahí que no deban durar ni un día más de lo que duran estas últimas. Así pues, en este como en otros casos análogos que tienen al anterior jefe de Estado como protagonista llevamos un retraso de más de tres décadas. Pero lo que vale para Franco y su régimen debería valer igualmente para cualquier dictadura. Por ejemplo, para la ejercida por Ramon Aramon en la Sección Filológica del Institut d’Estudis Catalans en los mismos años en que el general ejercía la suya sobre España entera. Aramon era el secretario perpetuo de la institución. Y hacía con la normativa de la lengua catalana lo que le venía en gana. Es cierto que llegó un día en que el Institut cambió sus estatutos, por lo que Aramon tuvo que jubilarse. Pero, que yo sepa, no fue nunca desposeído —y han pasado ya unos cuantos lustros desde entonces— de su condición de secretario perpetuo.

2. El alcalde de Barcelona y el jefe de la oposición municipal han alcanzado un acuerdo por el que el Miniestadi, el segundo campo de fútbol del FC Barcelona, va a convertirse en una suerte de «ecobarrio» —así llaman ahora a los barrios construidos siguiendo criterios sostenibles y medioambientales— con 1.600 pisos, oficinas, hoteles y zonas verdes. El proyecto de recalificación de esos terrenos responde a una iniciativa del club, largamente pospuesta por las discrepancias surgidas entre los distintos grupos del Consistorio barcelonés y, en particular, entre los que integran el equipo de Gobierno. En este sentido, resultan muy significativas las razones aducidas por ICV para no suscribir el acuerdo: a su juicio, el plan pactado favorece al FC Barcelona, que aspira a sacar 300 millones de la operación, y no al interés de la ciudad. Lo que me sorprende es que nadie se haya preguntado aún públicamente si el compromiso entre los dos principales grupos municipales tiene algo que ver con la presencia de sus concejales en el palco del Camp Nou o, de modo más general, con la pleitesía rendida por Artur Mas y José Montilla a Joan Laporta en vísperas de las últimas elecciones autonómicas. En otras palabras, lo que me sorprende es que nadie se haya preguntado aún si el hecho esconde por casualidad algún cohecho.

3. Josep Maria Busquets, presidente del Consejo Catalán de la Música, es un hombre profanado. Pero no vayan a confundirse: la culpa de su estado de ánimo no la tiene Félix Millet y su forma de llevar las cuentas del Palau, sino la policía autonómica. Busquets ha considerado una ofensa a las libertades, la historia y la cultura catalanas que los Mossos entraran en el templo de la música en busca de las pruebas del delito. Es de suponer que, en tales circunstancias, la huida de Millet por la puerta de atrás debió de parecerle un acto heroico.

ABC, 1 de agosto de 2009.

Postales veraniegas

    1 de agosto de 2009