Claro que todo esto ocurría en Vicenza, la ciudad de Palladio. Quiero decir que no ocurría en España. Es este, sin duda, uno de los encantos de viajar. O uno de los peligros, pues el viajero opera siempre por contraste, lo que le lleva a menudo a lamentarse por haber nacido donde ha nacido y no un poquito más al norte. Ahora, por ejemplo, el Gobierno francés acaba de promulgar una ley que permite la apertura de las tiendas en domingo en las principales ciudades del país. Al parecer, la iniciativa tiene como objeto revitalizar el comercio, garantizar el derecho de los consumidores a hacerse dignos de tal nombre y mejorar la situación del empleo ampliando la franja horaria laboral. En síntesis, favorecer la libertad de los ciudadanos, ya sean empresarios, trabajadores o circunstanciales clientes.
Por supuesto, imaginar algo similar en España es cosa de locos. Primero, porque la ley por la que nos regimos precisa que el número mínimo de domingos y festivos en que los comercios podrán abrir sus puertas será de 12 al año. Pero, luego, porque esa misma ley indica que cada Comunidad Autónoma podrá incrementar o reducir ese número según le venga en gana, mientras conserve un mínimo de 8. Resultado: la inmensa mayoría de las Comunidades han fijado un tope de 8, excepto la de Madrid, que lo ha establecido, honrosamente, en 22.
Para que luego algunos vayan presumiendo de libertad, de progreso, de bienestar y, sobre todo, de cultura.
ABC, 30 de agosto de 2009.