1. Arenys de Munt tenía previsto independizarse el próximo domingo 13 de septiembre. Como no podía independizarse de Arenys de Mar, porque ya lo está, ni de Arenys de Munt de més Amunt o de Arenys de Munt de més Avall, porque primero habría que crearlos, quería independizarse de España. Natural. Cuando uno se va de casa, se va de casa. Nada de subterfugios. Pero Arenys de Munt seguirá siendo lo que es: un simple «munt». Y todo porque una juez ha decidido prohibir, a instancias de la Abogacía del Estado, la consulta popular. Lo siento en el alma. Hay que ponerse en la piel de esos habitantes. Buscan un lugar en el mundo. Sus vecinos y rivales marítimos ya lo tienen: el mito de Sinera, con Espriu detrás. Ellos, en cambio, ni mito ni rito. De ahí que reclamen un poco de atención. ¿Que las consecuencias podían ser nefastas? Por Dios, si a los dos días estarían llamando a la puerta para que les dejaran volver a entrar…

2. Vivimos tiempos conmemorativos. Ahora es la Segunda Guerra Mundial. ¡Y eso que, como quien dice, acaba justo de empezar! Nos esperan, pues, cinco años de remembranzas, pero también de conjeturas, del clásico qué habría ocurrido si tal o cual potencia, en vez de hacer esto, hubiera hecho aquello. Por ejemplo, en lo relativo a las causas del conflicto. Que Hitler estaba por la labor de incendiar el mundo, a estas alturas nadie parece dudarlo. Las dudas se centran más bien en si el incendio podía haberse evitado. Y, en concreto, en si la política de apaciguamiento llevada a cabo por Inglaterra, y en menor medida por Francia, era o no era la única posible para tratar de preservar la paz. Al fin y al cabo, cuanto más carnaza se le daba a la bestia —el Sarre, Austria, los Sudetes—, más hambre tenía. Ya saben, el cuerpo se acostumbra. Y, lo que es peor, el cerebro, grande o pequeño, también. Algo de esto —y me apresuro a advertir que la comparación no afecta más que al método— está ocurriendo con el Estatuto catalán. A lo largo de tres décadas, hemos creído apaciguar al nacionalismo con toda clase de manjares, cada vez más copiosos, y ahora que la bestia estaba a punto de pegarse un festín, vamos y le quitamos la parte más suculenta de la boca. Y, claro, reacciona fatal. Amenazas, chantajes, ultimátums. Menos mal que la guerra parece descartada.

3. Decía Carlos Ruiz Zafón en Edimburgo hace un par de semanas que el arte, para él, «estriba exclusivamente en su ejecución y no en sus pretensiones». Por eso, añadía, siente «el más absoluto respeto hacia los libros de todas las clases». Difícilmente puede expresarse mejor, aplicada a la literatura y al arte en general, la conjunción de constructivismo y relativismo que caracteriza a nuestra época. Así las cosas, no me sorprende lo más mínimo que «La sombra del viento» sea ya, a estas alturas, la novela española más vendida después del Quijote.

ABC, 5 de septiembre de 2009.

Postales veraniegas (y 6)

    5 de septiembre de 2009