Cuentan que una de las razones por las que Josep Antoni Duran Lleida ha decidido arrojar finalmente la toalla —sea cuál sea, que aún está por ver, la plasmación final de esa toalla arrojada— es una frase pronunciada el pasado viernes en la Universidad de Ginebra por Francesc Homs, el ministro de Propaganda del Gobierno de la Generalitat y primer lacayo de Artur Mas. Vaya por delante que cualquier acto de Homs entraña un riesgo evidente. Y muy especialmente si ese acto es un acto de voz. Que semejante tarugo pueda hablar en la universidad —y no en una catalana o española; ¡en una suiza!—, constituye una demostración palmaria del nivel en que se encuentra, aquí y allá, el otrora templo del saber. Pero, en fin, el caso es que el viernes Homs tomó la palabra en la Universidad de Ginebra. Y dijo, entre otras cosas, que el principal motivo de la abdicación del Rey había sido «mantener el negocio familiar». Según ahora ha trascendido, a Duran esas palabras le han parecido improcedentes. A mí también me lo parecen. Pero seguramente no por las mismas razones que a Duran. Si un negocio familiar ha habido y sigue habiendo en España es el del nacionalismo, catalán o vasco. Todos los demás, en el supuesto de que hayan existido, han sido ya barridos por la crisis y sus efectos. Véanse, por ejemplo, los dos grandes partidos nacionales, con sus redes y tentáculos en entredicho y sus cajas ocultas al descubierto. Sólo el nacionalismo, en sus formas más variadas, ha resistido el envite. Así, el catalán. Desde las subvenciones a La Vanguardia y El Periódico hasta el liviano proceso del caso Palau. Desde la mordida del 3% hasta la vergonzosa utilización de la memoria de Pasqual Maragall. Desde TV3 hasta la inmersión lingüística. Desde la figura de un Francesc Homs hasta la de un Duran Lleida. Et j’en passe. Y, no contentos con ello, los que no abogan por la independencia reclaman ahora una tercera vía. Para seguir haciendo negocios. Por Cataluña.