(ABC, 6 de julio de 2013)
Les hablaba aquí la pasada semana, a raíz de la marcha atrás del ministro Wert en su propósito de reformar en profundidad el actual sistema de becas, del quiero y no puedo a que nos tenía ya acostumbrados el Gobierno en materia educativa —y en otras muchas, sin duda, pero eso ahora no viene a cuento—. Y concluía mi artículo afirmando que, una vez más, la casa iba a quedar sin barrer. Sigo opinando lo mismo, por supuesto, pero no quisiera que mis palabras pudieran interpretarse como un rechazo a la Lomce. Sea cual sea el desenlace del trámite parlamentario recién iniciado, y excepto en el caso, harto improbable, de que acabe prosperando alguna de las enmiendas a la totalidad presentadas por la oposición, lo que saldrá de las Cortes será una nueva ley. «Nueva», porque en buena medida distinta de las anteriores; no «nueva», porque una más —como ocurría, por ejemplo, con la Loe respecto a la Logse—. Y es ese carácter radicalmente novedoso de la Lomce lo que provoca esa unanimidad opositora en el rechazo parlamentario y en la exigencia de devolución del texto, lo que explica que ningún grupo se avenga siquiera a negociar en parte su articulado y lo que le confiere, en definitiva, su importancia. Si bien se mira, no existen más que dos modelos de enseñanza: el tradicional, de matriz liberal, y el autocalificado como renovador, de matriz socialista. El uno pone el acento en el alumno, en sus capacidades, y en el papel que la transmisión del conocimiento tiene en su proceso de formación; el otro lo pone en el grupo, en su imprescindible cohesión, y en el papel de la escuela como mecanismo igualador. El uno apuesta por el esfuerzo y por el mérito, esto es, por los resultados; el otro, por el amor y la convivencia, esto es, por las intenciones, buenas o malas. Este último modelo es el único que hemos tenido en democracia y el que nos ha llevado a la ruina. Ya va siendo hora, pues, de que le demos una oportunidad al primero, por muy incompleta que pueda parecernos su actual concreción en la nueva ley. Es el que funcionó en España en el pasado y el que funciona allí donde está vigente. Y lo más importante: no existe otro recambio.
(ABC, 6 de julio de 2013)
(ABC, 6 de julio de 2013)