La semana pasada estuve con Albert Rivera. En un hotel de Palma, mirando al mar. El presidente de Ciutadans se había acercado a la isla a dar una conferencia, invitado por la Fundación Círculo Balear, y unas doscientas personas fuimos a escucharlo. Habló muy bien, como acostumbra. Con claridad y convicción. Y, en ocasiones, hasta estuvo brillante. Rivera vino a hablar de España. De la España de hoy, vieja, aletargada y consumida por toda suerte de achaques, y de la de mañana. Sobre esta última dijo un par de cosas, importantes. La primera, que no puede funcionar como la de hoy, conforme a los mismos parámetros, en todo lo que concierne a la cosa pública. La segunda, que sólo puede surgir del impulso de los ciudadanos, de la sociedad civil bien entendida, esto es, de la que se moviliza por el bien común sin que medie subvención alguna. Una vez convertido este impulso en movimiento, lo de menos será encauzarlo y darle forma para que participe en política. Como nos hallábamos en Palma y allí no existe Ciutadans, alguien le preguntó por el cómo. Él insistió en la fórmula y repitió que lo demás, como pasó con Ciutadans en Cataluña hace ocho años, se daría por añadidura. Sí, le dijeron, pero qué pasa con UPyD, ¿es la solución? Lo es y no lo es, respondió. Lo es en la medida en que defiende unos principios de regeneración muy parecidos a los de Ciutadans, y no lo es porque lo hace desde una estructura de partido profundamente encorsetada que rechaza cualquier propuesta de colaboración con otras fuerzas afines. Es decir, lo contrario a un amplio movimiento ciudadano.

Yo estoy con Albert Rivera. Y creo que su tarea debería centrarse en lo sucesivo en la política española y ejercerse primordialmente allí donde reside la soberanía nacional. Lo que no significa en modo alguno abandonar a los ciudadanos de Cataluña a su suerte, sino, al contrario, defenderlos del único modo en que pueden ser defendidos: como ciudadanos españoles que son, libres e iguales ante la ley.

Con Albert Rivera

    24 de julio de 2013