A falta de saber cuánto nos costó la broma, lo del pasado sábado en el Camp Nou arroja una sola certeza: eran noventa mil. Noventa mil que pagaron —entre 10 y 150 euros— por asistir al concierto. Por supuesto, lo recaudado en taquilla apenas bastó para cubrir una ínfima parte del coste total del evento. Y no digamos ya si a ese coste le añadimos el montante de la retransmisión por TV3. Pero, aún así, esos noventa mil son los que hoy por hoy están dispuestos a poner dinero de su bolsillo, y no sólo de la caja común, para alumbrar el sueño de una Cataluña independiente. No está mal. De todos modos, la cifra queda aún bastante lejos de lo que sería una mayoría suficiente. Porque, o mucho me equivoco, o no existe otro criterio de valoración fiable. El compromiso, la responsabilidad, se demuestran pagando o, si lo prefieren, arriesgando lo que uno tiene, aunque no sean más que 10 euros. La gratuidad es una ficción. Hablan ya de una cadena humana para la próxima Diada —organizada, cómo no, por Òmnium y demás asociaciones de agitprop—, que debe unir La Junquera y Alcanar. Muy bien. Eso sí, los participantes, que paguen. De lo contrario, la serpiente multicolor será tan bonita como engañosa.