¿Qué habría ocurrido si Juan Carlos Gafo, a la sazón director adjunto de la Marca España, hubiera escrito el pasado viernes en Twitter, tras contemplar la pitada al himno nacional español en la ceremonia inaugural de los Mundiales de Natación, «Independentistas catalanes de mierda, no se merecen nada», en vez de escribir, como realmente escribió, «Catalanes de mierda, no se merecen nada»? ¿Habría sido destituido igualmente de su cargo por el ministro García Margallo? ¿Se habría armado la que se armó? Quién sabe. El insulto habría seguido estando, sin duda, fuera de lugar, pero por lo menos habría dejado al margen a la mayor parte de los catalanes –aunque no, cierto es, a los que, aun siendo independentistas, no habían ni hubieran participado en la pitada–. En cualquier caso, y más allá de la contención que cabe exigir a todo cargo público, el problema de esa clase de expansiones está siempre en la sinécdoque. Como con el famoso «Espanya ens roba» que los diputados de la fenecida Solidaritat per la Independència Uriel Bertran y Alfons López Tena usaban cada dos por tres en el Parlamento de Cataluña durante la anterior legislatura y que la presidenta de la Cámara, Núria de Gispert, a instancias del entonces subgrupo de Ciutadans, les conminó a abandonar. Que España les robe a los catalanes es, ante todo, un imposible lógico. Pero, admitiendo incluso la disociación –el «Cataluña ante España» acuñado nada menos que por Ernesto Giménez Caballero en un ya lejano 1930–, está claro que una cosa son las balanzas fiscales de un Estado autonómico y el disenso que pueden generar la forma de calcularlas y los consiguientes mecanismos de compensación y solidaridad interterritorial, y otra cosa muy distinta que los españoles les roben a los catalanes. En España no hay más ladrones con mayúscula que los implicados en las tramas Gürtel y de los ERE, los Bárcenas, los Millet, las fundaciones vinculadas a CIU, o los evasores de impuestos. O sea, unos cuantos ciudadanos –demasiados en todo caso– que roban a la inmensa mayoría. Ni hay más catalanes de mierda –demasiados en todo caso– que los que no sienten el mínimo respeto por los símbolos del conjunto de los españoles.