Acostumbro a leer las reseñas de Anna Caballé en «ABCD», el suplemento cultural del diario Abc. La costumbre, no hace falta decirlo, tiene su porqué. Caballé suele ocuparse de ensayos biográficos o autobiográficos, una rama de la literatura en la que es una verdadera experta y por la que yo siento, desde hace tiempo, un interés enfermizo. Además, resulta que sus reseñas no sólo revelan su dominio del género, sino que encima están muy bien escritas. En definitiva, leerlas constituye siempre un placer. Pero Caballé es también una mujer preocupada por su condición, es decir, por la condición de la mujer, lo que la lleva a introducir a menudo en sus trabajos comentarios relacionados con esa cuestión. El pasado sábado, por ejemplo, a propósito de las memorias del editor Bennett Cerf, fundador de Random House, recurrió en su reseña a una frase que Steinbeck había mandado escribir en una pitillera de plata: «La mente solitaria de un hombre es el único órgano creativo del mundo». Pero no la reprodujo tal cual, sino así: «La mente solitaria de un hombre [o de una mujer] es el único órgano creativo del mundo». Comprendo que a Caballé ese hombre de Steinbeck le pareciera demasiado masculino. O demasiado genérico, gramaticalmente hablando. Por eso habría yo encontrado de lo más natural que la reseñadora, fiel a sus principios, hubiera añadido a continuación un comentario, para que no existieran dudas acerca de la posibilidad de que esa mente solitaria fuese ya, en tiempos de Steinbeck, la de una mujer. Pero, al optar por el inciso entre corchetes en la propia cita, sus palabras aparecen como una intromisión en el pensamiento del escritor norteamericano, como un reproche incluso, como si estuviera diciéndole a Steinbeck: «Oye, majo, que en la pitillera te has olvidado a la mujer». Porque lo que no me cabe en la cabeza es que Caballé obrara así para evitar que su lector –o su lectora, claro– se confundiera al interpretar la cita.