Resulta enternecedor ese homenaje que el presidente Mas y sus derviches culturales le organizaron ayer por la tarde al cómico Flotats en el mismísimo Teatre Nacional de Catalunya. Cierra el círculo, sin duda. ¿Cómo podía lanzarse este país a la aventura de conmemorar el tricentenario de sus desgracias sin haberse congraciado antes con el hijo pródigo de su teatro, siendo como ha sido el teatro –Boadella y Els Joglars aparte– la espina dorsal de la cultura del nacionalismo? Pues ya está, Flotats ha vuelto al redil. Y ha vuelto victorioso, aclamado, venerado, idolatrado por muchos de los que hace quince años se frotaban las manos con su defenestración, al tiempo que aplaudían al consejero Pujals por su valentía, por haberse atrevido a echar del templo faraónico a su director-fundador –que así había mandado Flotats que se le identificara en toda ocasión–. Allí estaba, por ejemplo, el matrimonio Pujol, al que la trifulca entre el cómico y el consejero escindió, dado que la reina Ubú era por entonces la gran valedora del primero, mientras que el Rey, que también se derretía con las gracias del afrancesado, tuvo que inclinarse finalmente ante los argumentos del segundo, quien vino a decirle en pocas palabras que el presupuesto del Teatre Nacional, de aprobarse, iba a llevar al Gobierno de la Generalitat a la bancarrota. Y allí estaba, asimismo, el consejero Mascarell, muy socialista en aquella época y casi casi partidario de la demolición del templo. Y allí estaban, cómo no, todos los estómagos agradecidos de la farándula, desde el más dilatado al más encogido, vitoreando al ídolo, como si nunca lo hubieran maldecido y siempre hubieran deseado, por el contrario, su vuelta. Quien no estaba, claro, era Joan Maria Pujals, el otrora consejero. Para qué. Además, el hombre, tras fundar el Institut Ramon Llull y presidirlo en sus primeros tiempos, abandonó la política y se metió en los negocios. Algo sucios, por lo demás, pues no hace mucho se veía obligado a declarar en un juzgado de Palma de Mallorca por haber actuado de intermediario en el amaño de un concurso público organizado por la antaño todopoderosa y hoy archiimputada Maria Antònia Munar. ¡Ay, la vida. qué homenajes tan distintos depara!