Francamente, no entiendo a qué viene tanto revuelo con la decisión del ministro de Propaganda catalán de crear un
«fichero de datos de carácter personal» llamado «Adhesiones a propuestas impulsadas por el Gobierno de la Generalitat». Hay quien duda de la legalidad de la medida y hasta quien ha insinuado que podríamos hallarnos en la antesala de un Gran Hermano. No veo por qué. Lo que ha hecho Homs es una suerte de reclutamiento y, en la medida en que este reclutamiento tiene carácter voluntario, nada hay que decir. Al fin y al cabo, la Generalitat ya dispone de otro fichero: el de las asociaciones, fundaciones y organizaciones de toda laya a las que amamanta con dinero público. Todos estos organismos tienen a sus representantes y, por supuesto, a sus socios y afiliados, y no me extrañaría lo más mínimo que el ministro dispusiera ya de esa información, cuando menos en parte; no en vano el catalanismo se caracteriza por su capacidad de réplica y de duplicado, lo que significa que un mismo individuo puede ejercer un cargo público y, a un tiempo, presidir una organización y formar parte de la junta de una asociación y del patronato de una fundación. Pero, claro, siempre hay militantes de la causa que no aparecen en las listas y es lógico que los gobernantes de una región que aspira a convertirse en Estado quieran saber de qué mimbres disponen —no vaya a suceder, pongamos por caso, que estos mimbres son muchos menos de los que imaginan—.
El problema del mencionado fichero viene con el resto. Es decir, con los que no se apunten. ¿Podemos dar por sentado que el Estado independiente se la suda? ¿O que incluso les produce una real urticaria? Podemos, pero sólo hasta cierto punto. Siempre habrá algún simpatizante de la causa nacionalista al que no le guste figurar en las listas. Y luego están los indecisos —para entendernos, la gran mayoría de los menguantes votantes y compañeros de viaje del PSC—. Y los pasotas. O sea, un colectivo de lo más variopinto.
Claro que entre los inscritos también pueden darse sorpresas. Porque, tal como está el patio en Cataluña, es muy probable que algunos se apunten únicamente con la esperanza de encontrar trabajo y luego, llegada la hora de la verdad —o sea, la del voto en una hipotética consulta—, cambien el «sí» por el «no». Y es que uno ya no puede fiarse ni del vecino.