Dice hoy Albert Sáez en «El Periódico» que «el PP balear lleva a su país al precipicio». Y que lo lleva a tan mal lugar y no a donde se supone que debería llevarlo porque impide que los niños vayan a la escuela. Tremendo. Si no ando equivocado, es la primera vez que ocurre algo así en la historia de la gobernanza política. Parece mentira a lo que hemos llegado. Y todo por el absurdo empecinamiento del presidente Bauzá en querer implantar el trilingüismo allí donde el monolingüismo, favorecido por un decreto de un antecesor de su propio partido, funcionaba la mar de bien. En fin, que funcionaba la mar de bien no lo dice Sáez, pero se desprende de su razonamiento. Con el modelo anterior –el de la inmersión lingüística generalizada, que una tercera parte del cuerpo de docentes se resiste ahora a abandonar–, no había división, no había confrontación; no había causa, en una palabra. Es verdad que el articulista no se refiere para nada a los resultados académicos que con ese modelo se han producido. Y que tampoco alude al derecho que asiste a un gobierno elegido por mayoría absoluta a aplicar las políticas que considera más adecuadas y que, en su caso, figuraban ya en el programa electoral. Y que ignora la coacción a que han sido sometidos de forma sistemática –por parte de sus propios compañeros, de los sindicatos del gremio o de las asociaciones de padres– los maestros y profesores que no querían seguir la huelga por hache o por be. Todo no se puede saber. Y no digamos ya si uno tiene la cola de paja y cree en el diablo tanto como en los Países Catalanes.