Sigo con verdadero interés, como no podía ser de otro modo, los primeros pasos de este Movimiento Ciudadano. Ante todo por su origen. Que Cataluña pueda exportar al resto de España algo más que botellas de cava y golpes de Estado —ya sean de Primo de Rivera o de Lluís Companys— constituye, sin duda, una gran noticia. Luego, por la alegría y la esperanza con que parece que la iniciativa está siendo recibida en todo el territorio. Y, en fin, por lo que el movimiento tiene de compromiso, y el compromiso de contenido. Aun así, entre los grandes ejes programáticos apenas esbozados, hay uno que se me atraganta. Este:

«Como base de las grandes reformas, defendemos la aprobación de un Pacto Nacional por la Educación que mire a una generación —no a una legislatura o a un gobierno—, y que garantice un sistema educativo de calidad para todos. Por encima de cualquier otra consideración, la educación se dedicará a formar buenas personas, buenos ciudadanos y buenos profesionales.»

Y no se me atraganta porque no sea consciente de la importancia que la educación —o sea, la enseñanza, o sea, la instrucción— tiene en el futuro de cualquier país. Ni porque ignore, claro, dónde estamos en este terreno y adónde deberíamos, como mínimo, llegar. No; todo eso lo tengo muy presente. Pero, aun así, me preocupan dos cosas del párrafo citado. Primero, ese buenismo que se desprende de la tríada «buenas personas, buenos ciudadanos y buenos profesionales». Entiendo que la calidad requiera de un plus adjetivado, pero yo me conformaría con que la educación formara personas, ciudadanos y profesionales, no vaya a suceder que al final todo sea bondad desparramada y poco más. Y lo que no acabo de ver en absoluto es que ese «Pacto Nacional por la Educación que mire a una generación» sea factible. Ojalá lo fuera. Y ojalá durara una generación, al margen de cambios de gobierno y de partido. Pero en el campo de la enseñanza no se han inventado más que dos modelos, profundamente antitéticos: uno liberal y otro igualitarista, uno tradicional y otro renovador, uno que pone el acento en el mérito, el esfuerzo y la transmisión del conocimiento y prima la libertad individual, y otro que antepone la integración en un colectivo y la equidad a cualquier otra consideración pedagógica. ¿Se puede alcanzar un pacto en semejantes condiciones? Sí, siempre que todas las partes afectadas convengan en cuál va a ser el modelo de referencia sobre el que se sustente el tan anhelado acuerdo. Lo que, tal y como está hoy en día el mundo de la educación en España, parece más una quimera que otra cosa.

Compromiso ciudadano

    31 de octubre de 2013