Como explica Amat en su «Nota a l’edició», fue en 1951 cuando Gaziel empezó a ordenar su pasado. O, en otras palabras, cuando empezó a organizar su vasta producción en las páginas de La Vanguardia y también de El Sol entre 1914 y 1936, excepto las crónicas de la Gran Guerra, ya recogidas en libro. (Entre paréntesis: mucho se ha hablado del éxito obtenido por las crónicas y artículos de Pla y Sagarra en El Sol, pero el único periodista catalán de preguerra realmente leído y escuchado en Madrid fue Gaziel.) Según confesaba el propio interesado a su amigo Agustí Duran i Sempere en aquel año de 1951, de toda esa producción periodística tenía pensado extraer «material per a tres o quatre volums de política, crítica literària, etc.». El que ahora ha rescatado Amat parece ser el único de esos volúmenes que Gaziel llegó a armar y a revisar de cabo a cabo. Era el de política –o uno de los de política– y, en concreto, de política relacionada con Cataluña. Así pues, dando por buena la hipótesis del editor, que sitúa ese proceso de selección y revisión de textos en la segunda mitad de la década de los cincuenta, y teniendo en cuenta que Gaziel murió en 1964, uno no puede por menos de preguntarse por qué ese libro ha permanecido medio enterrado en la niebla de la Cataluña del tardofranquismo, la Transición y la Autonomía rica y plena, y han debido ser el azar y la perseverancia entusiasta del investigador los que lo sacaran a la luz y lo ofrecieran, por fin, urbi et orbi.
Tanto más cuanto que Tot s’ha perdut es un gran libro, lleno de enseñanzas. Como todo lo que escribió Gaziel, podría añadirse. Cierto: como todo lo que escribió Gaziel. Pero, en este caso, está el contexto. No el de entonces, el de ahora. Así lo ha destacado Enric Juliana, en su prólogo a la edición, en relación con varios fragmentos del libro. Y así lo subrayó Arcadi Espada, a propósito del último de los artículos seleccionados, «La clara lección», de donde está sacado, precisamente, el título del volumen. Y lo mismo puede deducirse, en fin, de la precisa reseña de Jordi Bernal, publicada ayer en este medio. Lo que no significa, claro, que la historia vaya a repetirse. Nada hay, excepto quizá el catalanismo, que admita un paralelismo entre ayer y hoy. Por poner un ejemplo: los tres artículos de abril de 1923 sobre el afán de los acólitos del separatismo por convencer a Francia de las bondades de una Cataluña independiente –afán del que Gaziel se burla ácidamente– en nada difieren de los intentos presentes de los gobernantes autonómicos por convencer a la Unión Europea de la viabilidad de un Estado catalán. La misma inconsecuencia, el mismo ridículo. Pero acaso sea otro artículo de este año, «La devoradora de hombres», el que mejor refleje esa incapacidad del nacionalismo catalán por adaptarse a la realidad, por conocer y reconocer sus límites. En él Gaziel lamenta, desde la más profunda amargura, que Cataluña devore a sus hijos, a sus grandes hombres. Esto es, que esos grandes hombres –cita los casos de Josep Pijoan, Eugeni d’Ors, Josep Carner y Francesc Cambó– se hayan visto obligados a abandonar Cataluña porque no caben en ella. ¿Qué puede esperarse de un país así? Pues bien, no seré yo quien levante acta de los grandes catalanes de hoy –suponiendo que existan– que se han visto forzados a hacer lo propio. Pero sí sostendré que el hecho de que este libro recién publicado haya tardado medio siglo en ver la luz no es sino un síntoma lacerante de esa misma impotencia. En lo que afecta al libro y en lo que afecta, por supuesto, a la obra de su autor.
(Crónica Global)