Eso del informe PISA amenaza con llevarse por delante lo poco que debe de quedarle a España de prestigio en el mundo, una vez descontados los éxitos de los Nadal, Gasol, Casillas e Iniesta. Ahora ya no son sólo los quinceañeros y sus paupérrimos resultados. Ahora es también el resto. O sea, la población comprendida entre los 16 y los 65 años. La presentación del informe PIAAC, conocido como «el PISA para adultos» y realizado en 23 países de entre los más desarrollados de la OCDE —lo que ya es desarrollo—, arroja un resultado demoledor para España: última en el apartado de matemáticas, penúltima en el de comprensión lectora, y más de veinte puntos por debajo de la media de la OCDE en uno y otro caso. Este es el nivel educativo del grueso de la población española en uso de razón —y ya me perdonarán los jubilados—. Bien es cierto que los países que nos acompañan en tan triste honor no son unos cualquieras: el más próximo, Italia, al que superamos incluso en comprensión lectora, y algo distanciados ya, Francia, Irlanda y hasta Estados Unidos. Triste consuelo, en todo caso. Por lo demás, las pruebas permiten corroborar un par de cosas que ya se colegían de los sucesivos informes PISA. Por un lado, la enorme distancia entre el bloque de los países del norte y de tradición protestante —al que habría que sumar Japón, líder indiscutido en ambas pruebas— y el de los países del sur y de tradición católica. Por otro, lo que podríamos denominar «la falsa coartada del franquismo» como justificante del desastre actual. Tal y como revelan los datos, el crecimiento del nivel educativo se estanca a partir de la década de los 90, con la entrada en vigor de la LOGSE. De haber seguido con un sistema más o menos liberal, basado en la instrucción y la transmisión del conocimiento, acaso no estaríamos hoy tan hundidos. Aunque un poco hundidos, seguro, que por algo somos del sur y de tradición católica.