Existe un arte de la rectificación genuinamente político. Consiste en mover ficha, en no quedarse quieto parao ante una decisión cualquiera que uno ha tomado y el común de la opinión pública ha juzgado errónea o, por lo menos, inconveniente. Es el caso del presidente del Congreso de los Diputados, Jesús Posada. Como sin duda recordarán, la Mesa de la que forma parte principal ha convocado un concurso para explotar los servicios de restauración de la Cámara y, en el pliego de condiciones correspondiente, aparece una lista donde figuran toda clase de productos, sólidos y líquidos, livianos y consistentes, alcohólicos y no alcohólicos, a los que se ha aplicado una considerable rebaja en el precio en atención a la dignidad de sus señorías. Pues bien, como ya se dijo aquí mismo y en otras tribunas, el asunto tenía dos caras, relacionadas ambas con el privilegio. Por un lado, el que los diputados dispusieran en su lugar de trabajo de unos servicios de restauración con los precios más bajos del mercado. Por otro, el que los diputados, al contrario de lo que es norma en cualquier empresa o institución, pudieran solazarse en la cantina con una gama envidiable de espiritosos. Y ahora el presidente Posada, por aquello de que algo hay que hacer, va y decide que lo único inadecuado es subvencionar las bebidas alcohólicas. O sea, un poco de acá y un poco de allá, pero, en el fondo, nada de nada. Porque la subvención sigue en pie y ni siquiera va a ser rebajada, y sus señorías, por su parte, podrán seguir dándole a la bota y al porrón mientras legislen. Aunque, eso sí, costeándose el vicio como el resto de los mortales.