Aun admitiendo que la boda de una hija constituye una razón más que suficiente para anular cualquier otro compromiso, no deja de resultar curiosa la ausencia de Artur Mas del concierto de mañana sábado en el Camp Nou. O, si lo prefieren, no deja de resultar curioso que ambos eventos hayan venido a coincidir en el calendario impidiendo, pues, que el presidente de la Generalitat pueda estar presente en los dos. No se entiende que quien paga la boda y paga el concierto —aunque es Òmnium la que hace como que paga este último cuando lo pagan, en puridad, todos los contribuyentes— no haya sido capaz de fijar dos fechas distintas para cada acontecimiento. A no ser, claro, que Mas esté repitiendo lo que ya hizo en la manifestación del 11 de septiembre de 2012: mandar al ruedo a unos cuantos paraministros y mantenerse él al margen. Siete consejeros, siete, se esperan en el Camp Nou, y entre ellos la vicepresidenta Joana Ortega. Pero no el presidente. Él prefiere ver los toros desde la barrera, por más que su futuro yerno sea, al parecer, un amante de la Fiesta. De este modo, al día siguiente, o acaso el mismo lunes, podrá decir que ha escuchado de nuevo la voluntad de un pueblo. Ya se sabe que, para percibir la trascendencia de los hechos, hace falta prendre du recul. (Lo que no debería, por cierto, prestarse a confusión, pues no significa otra cosa que «tener perspectiva».)