Pero, aparte de la desdicha de su protagonista, lo verdaderamente notable de esa historia es el zapato. Y es que Hokman Joma solicitó hace cosa un mes en el juzgado que se lo devolvieran, a lo que la Fiscalía acaba de responderle con la negativa, dado que se trata del instrumento del delito y, en tanto que tal, ha sido decomisado y debe ser destruido. Sin duda. Así lo marca la ley. Pero un zapato es un zapato. Para entendernos: no es lo mismo arrojar una piedra que un zapato. Un zapato constituye una extensión del propio cuerpo. Lanzamos el zapato contra algo o contra alguien porque nos resulta imposible alcanzar el objetivo con el pie. De ahí que sea lícito aspirar a recuperarlo. Al fin y al cabo, si le hubiéramos dado al objeto de nuestra ira con el pie, no íbamos a permitir que en el juzgado se lo quedaran ni mucho menos que lo destruyeran, ¿verdad? Pero, según indica Caraballo, la negativa de la Fiscalía no obedece tan sólo a la mera aplicación de la ley. También ha influido en ella el uso que Hokman Joma pudiera hacer de la pieza en un futuro. Para los suyos —no olvidemos que se trata de un objeto impuro para un musulmán—, su valor como arma arrojadiza se ha acrecentado después de haberse estampado contra el coche de Erdogán. Cuando menos el valor simbólico. Y con lo simbólico, ya se sabe, mejor acabar cuanto antes.
Javier Caraballo trae hoy una maravillosa historia en El Confidencial. La historia de un zapato, el que un ciudadano sirio de origen kurdo lanzó en Sevilla contra el primer ministro turco Recep Tayyip Erdogan en febrero de 2010. Hokman Joma, que así se llama el agresor, fue condenado entonces a tres años de cárcel por culpa de aquel zapato proyectado desde el público y que fue a estamparse contra el coche oficial de Erdogan. Al cabo de un año, Hokman Joma solicitó el indulto, pero el Gobierno de Rodríguez Zapatero, inmerso en su tan exitosa Alianza de Civilizaciones, de la que el primer ministro turco era pieza clave y donde un zapato es mucho más que un zapato, se lo negó. Finalmente, pasado otro año y ya con un gobierno del Partido Popular, volvió a solicitarlo, esta vez con éxito. Sólo que al serle concedido llevaba ya varias semanas en libertad, pues el juez había decidido atenuarle la pena.
Pero, aparte de la desdicha de su protagonista, lo verdaderamente notable de esa historia es el zapato. Y es que Hokman Joma solicitó hace cosa un mes en el juzgado que se lo devolvieran, a lo que la Fiscalía acaba de responderle con la negativa, dado que se trata del instrumento del delito y, en tanto que tal, ha sido decomisado y debe ser destruido. Sin duda. Así lo marca la ley. Pero un zapato es un zapato. Para entendernos: no es lo mismo arrojar una piedra que un zapato. Un zapato constituye una extensión del propio cuerpo. Lanzamos el zapato contra algo o contra alguien porque nos resulta imposible alcanzar el objetivo con el pie. De ahí que sea lícito aspirar a recuperarlo. Al fin y al cabo, si le hubiéramos dado al objeto de nuestra ira con el pie, no íbamos a permitir que en el juzgado se lo quedaran ni mucho menos que lo destruyeran, ¿verdad? Pero, según indica Caraballo, la negativa de la Fiscalía no obedece tan sólo a la mera aplicación de la ley. También ha influido en ella el uso que Hokman Joma pudiera hacer de la pieza en un futuro. Para los suyos —no olvidemos que se trata de un objeto impuro para un musulmán—, su valor como arma arrojadiza se ha acrecentado después de haberse estampado contra el coche de Erdogán. Cuando menos el valor simbólico. Y con lo simbólico, ya se sabe, mejor acabar cuanto antes.
Pero, aparte de la desdicha de su protagonista, lo verdaderamente notable de esa historia es el zapato. Y es que Hokman Joma solicitó hace cosa un mes en el juzgado que se lo devolvieran, a lo que la Fiscalía acaba de responderle con la negativa, dado que se trata del instrumento del delito y, en tanto que tal, ha sido decomisado y debe ser destruido. Sin duda. Así lo marca la ley. Pero un zapato es un zapato. Para entendernos: no es lo mismo arrojar una piedra que un zapato. Un zapato constituye una extensión del propio cuerpo. Lanzamos el zapato contra algo o contra alguien porque nos resulta imposible alcanzar el objetivo con el pie. De ahí que sea lícito aspirar a recuperarlo. Al fin y al cabo, si le hubiéramos dado al objeto de nuestra ira con el pie, no íbamos a permitir que en el juzgado se lo quedaran ni mucho menos que lo destruyeran, ¿verdad? Pero, según indica Caraballo, la negativa de la Fiscalía no obedece tan sólo a la mera aplicación de la ley. También ha influido en ella el uso que Hokman Joma pudiera hacer de la pieza en un futuro. Para los suyos —no olvidemos que se trata de un objeto impuro para un musulmán—, su valor como arma arrojadiza se ha acrecentado después de haberse estampado contra el coche de Erdogán. Cuando menos el valor simbólico. Y con lo simbólico, ya se sabe, mejor acabar cuanto antes.