Comprendo que no son formas. Cerrar una empresa de la noche a la mañana, sin previo aviso, y dejar a sus 2.656 trabajadores en la calle no son formas. Ni siquiera el que semejante hecho ocurra en Grecia, donde ocurren en los últimos tiempos tantas cosas y tan insólitas, alcanza a justificarlo. Aunque lo más singular del caso no es esto, sino el que los trabajadores en cuestión sean todos de la radiotelevisión pública. O, si lo prefieren, que Grecia se haya quedado, de golpe, sin televisión pública y no haya pasado nada. Porque, más allá del encierro de parte de los trabajadores en las dependencias del ente, donde deben de seguir a estas horas de la mañana, no ha pasado nada. Y eso que uno de los partidos que prestan su apoyo al Gobierno, Dimar (Izquierda democrática), ha difundido ya un comunicado en el que afirma que «es impensable que en un país europeo deje de funcionar una televisión pública, ni siquiera por espacio de una hora». Pues ya ven, impensable o no, ha dejado de funcionar y desde hace ya unas cuantas horas. Y no ha pasado nada. O sí. Y es que los griegos, con semejante medida, se han librado de tener que seguir manteniendo, a través del recibo de la luz, una empresa que les costaba la friolera de 300 millones al año —de tres a siete veces más que el resto de los canales—, cuya plantilla es de cuatro a seis veces mayor que las de la competencia y cuya audiencia, encima, es inferior. Así las cosas, lo único lamentable es que el cierre no sea definitivo, pues el Gobierno ha prometido volver a armar en el futuro una radiotelevisión pública —aunque, eso sí, de dimensiones mucho más reducidas—.

De lo que se sigue que un país puede funcionar sin radiotelevisión pública. En España la broma nos cuesta este año 941 millones, y sin contar las autonómicas. ¿A qué esperan, señores del Gobierno de España?

En crisis (13)

    12 de junio de 2013