Entre las muchas reformas que este país debería acometer sin falta, está la de la justicia. Aunque sólo sea para no tener que leer nunca más lo que los periódicos publicaron el sábado y ya anunciaban en su edición del viernes. Claro que los periódicos, al cabo, no hacen sino reflejar lo existente. En este caso, la renovación de cuatro miembros del Tribunal Constitucional. Dos a propuesta del Gobierno y dos a propuesta del Consejo General del Poder Judicial, ¬cuyos miembros son elegidos, a su vez, por el Congreso de los Diputados y el Senado, a partes iguales —sólo el presidente no lo es—. Teniendo en cuenta que los ocho miembros restantes del Constitucional fueron nombrados en su momento por ambas Cámaras legislativas, uno puede llegar a la conclusión de que la independencia del poder judicial es un mito y, encima, no equivocarse. Como no se equivocan tampoco los periódicos cuando dan a entender que tal o cual elegido, por muy meritoria que sea su trayectoria como jurista, está ahí en representación de un determinado color político. Y, en fin, como tampoco lo hacen los lectores cuando confirman, al leer los perfiles de los agraciados —en los que se destaca, por encima de cualquier otra consideración y siempre y cuando el medio no comulgue con el personaje, que fulano es progresista o conservador, que mengano ha tenido tratos inconfesables con este Gobierno o con el anterior o que a zutano se le sitúa en una órbita u otra—; cuando confirman, decía, que la justicia difícilmente puede funcionar con tanta dependencia en la cúspide.

Eso sí, en las facultades de Políticas españolas se sigue hablando, supongo, de Charles Louis de Secondat, más conocido como Montesquieu.

En crisis (11)

    10 de junio de 2013