La consejera de Educación catalana, Irene Rigau, presentó la semana pasada en el Parlamento autonómico su «Plan para la reducción del fracaso escolar en Cataluña 2012-2018». Como puede deducirse del periodo comprendido en la denominación, no es la primera vez que lo presenta. Ya lo hizo hace cosa de un año, también en sede parlamentaria, pero entonces, claro, ¿quién iba a imaginar que el 11 de septiembre siguiente la calle alumbraría un renacer sin límites de la nación, con todo lo que traería aparejado? Total, que la consejera ha vuelto a presentarlo. Y esta vez con una novedad. Se llama pim. Sin pam ni pum, de momento, aunque ya hay quien afirma, y son unos cuantos, que Rigau va a perpetrar un verdadero apartheid con su propuesta. Y es que el pim —esto es, el programa intensivo de mejora— persigue como objetivo recuperar para la causa de la instrucción pública —de cuya crisis nadie parece dudar, ni en Cataluña ni en el resto de España—, a ese 10 o 15 % de alumnos de sexto de primaria que, según las evaluaciones de diagnóstico realizadas por la propia Generalitat, no están a la altura en matemáticas ni en lengua catalana o castellana. Para que lo estén, esos angelitos que en muchos casos ya no lo son tanto van a ser separados en primero de secundaria del resto de la clase cuando cursen esas materias instrumentales. Por supuesto, separados para reintegrarse al grupo en cuanto adquieran el nivel suficiente, lo que nunca exigirá, precisa la consejera, más de un curso. Pero separados, al cabo. Durante un año. O sea, segregados.

Porque este es el término. Al menos entre la izquierda y sus pedagogos asociados. Ya por razón de sexo —la educación diferenciada—, ya por razón de nivel —el pim de marras, o la introducción de itinerarios en tercero y cuarto de secundaria prevista en la futura LOMCE—, se segrega, aseguran esos críticos. Poco importa si en uno y otro caso el propósito es en gran medida la mejora del rendimiento y, en definitiva, el loable intento de reducir el porcentaje de fracaso escolar y acercarlo a la media europea. Si se separa, se segrega, y punto. Ya puede ir afirmando Rigau que lo del pim «no es una segregación, es un grupo que se desdobla para trabajar mejor», que no cuela.

Claro que en la Cataluña renaciente se dan siempre puntos de encuentro entre derecha e izquierda. Incluso en el campo educativo y en lo que a segregación se refiere. Piénsese, si no, en el acuerdo con que el catalanismo ha blindado cualquier posibilidad de introducir una doble línea en la primera enseñanza conforme a la lengua materna de los padres o a la que ellos libremente hayan elegido. ¡Eso es segregación!, claman todos. Y Rigau, por cierto, la primera.

En crisis (6)

    3 de junio de 2013