Esos datos correspondientes a 2012 producen cierta desazón entre los demógrafos y políticos locales. Incluso alguna alarma. Es natural. El envejecimiento de la población, en la medida en que reduce el número de ciudadanos cotizantes, se presenta siempre como una amenaza al Estado del Bienestar. Y no debería ser así. Para hacer frente a esa amenaza, existen otras soluciones, aparte del aumento de la natalidad. Pero es que además esos datos permiten una lectura optimista. Por ejemplo, la que resulta de constatar que nos hemos vuelto, al menos en eso, responsables. Con el paro que acarreamos, sólo faltaría que encima nos pusiéramos a procrear como conejos. Y lo mismo puede afirmarse del conjunto de Europa, donde los países del sur, los que más padecen la crisis, son hoy en día los más renuentes a la procreación, y los del norte, donde la situación es mucho más llevadera, los que ofrecen unos índices de natalidad más elevados.
Hace unos años, sin que mediara aún crisis alguna y a raíz de la iniciativa del anterior presidente del Gobierno de premiar con 2.500 euros todo nacimiento o adopción ¬—en lo que parecía un intento de fomentar a la vez natalidad y voto—, Gabriel Tortella escribió un artículo donde trataba ya del asunto y lo situaba en la única escala en la que cabe situarlo: la escala global. Aquí lo tienen. Sigue siendo, como todo lo suyo, ejemplar.