Por supuesto, que el ministro Homs haya considerado como algo «escandaloso» y que «va contra la inmensa mayoría del pueblo de Cataluña» la introducción en el articulado de la Lomce, a propuesta de UPyD y con la aquiescencia del PP, de una enmienda por la que el castellano pasará a ser considerado «lengua vehicular de la enseñanza en todo el Estado», entra dentro de lo normal. Como también entra dentro de lo normal que el diputado Martí Barberà, correligionario de Homs, haya recurrido a la tan manida y absurda comparación con el franquismo para tratar de desacreditar la enmienda. E incluso que Isabel Sánchez Robles, del PNV, la haya tildado de «ideológica». Cuando los nacionalismos rebuznan es que España va bien —o no tan mal, cuando menos, como algunos proclaman—. Pero, más allá de esa constatación, lo cierto es que la enmienda no modifica en gran medida lo contenido en el articulado; si acaso refuerza lo ya existente al llamar las cosas por su nombre. Aunque bien está, insisto, así como el resto de las enmiendas pactadas entre UPyD y PP —y, entre ellas, muy especialmente la que afecta al profesorado y a su condición de autoridad pública—. Dicho lo cual, el problema sigue siendo en gran parte el mismo. ¿Y ahora qué? ¿Cómo vamos a garantizar que lo previsto en la ley termine por aplicarse? La Lomce establece, es cierto, que los Gobiernos autonómicos contrarios a introducir el castellano como lengua vehicular en todo el sistema público o concertado deban costear la escolarización de quien así lo solicite en centros privados. Se trata, en el fondo, de una suerte de multa garantista por infringir la ley y privar de este modo a unos ciudadanos del ejercicio de un derecho constitucional. Pero eso es todo. El búnker educativo permanece intacto. E incluso allí donde un gobierno se proponga hacer cumplir la ley, lo más probable es que se encuentre —tal y como está ocurriendo ya en Baleares— con una resistencia feroz en los centros docentes y con la toma desaforada de la calle. O sea, con la presión y el chantaje. Y lo más probable también es que eso le lleve a transigir, al menos hasta cierto punto, en sus intenciones primeras. ¿Entonces?, se preguntarán. Pues nada, seguir porfiando, aunque no sea más que por dignidad.

¿Y ahora qué?

    27 de septiembre de 2013