Este padre hace lo que debe: preguntarle al presidente de su Comunidad en tránsito hacia el Estado de Nunca Jamás
con qué ayudas contará su hijo autista —y, de modo general, las personas dependientes— en caso de que el tránsito en curso llegue a feliz término. El problema, sin embargo, es el destinatario. Su propia dependencia.
Ese autismo en el que está instalado a expensas de todos los ciudadanos y que le incapacita para cualquier respuesta.
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Dura lex sed lex, con o sin lágrimas. Afortunadamente.