Ahora, por fin, el Gobierno Balear se ha plantado. Dice que está dispuesto a negociar con los alzados cualquier cosa menos la retirada del TIL. Dice bien. Y ojalá aguante. Está en juego el futuro de Baleares, si es que este depende en gran medida —y no hay motivo para ponerlo en duda— de una enseñanza de calidad. Conviene recordar que Baleares, con el modelo que los huelguistas pretenden seguir imponiendo, se halla en el furgón de cola de la educación española, la cual, a su vez, es de las más deficientes de la Unión Europea y del mundo desarrollado. Si bien se mira, lo que ha emprendido el Gobierno de Bauzá es una operación quirúrgica delicada, pero inaplazable. Consiste en extirpar un nódulo enquistado desde hace décadas en un órgano vital. Sólo extrayéndolo de allí, aunque sea cortando por lo sano, puede garantizarse la salud del paciente, que es como decir del cuerpo social. Vistos los efectos producidos ya por la dolencia —y producidos con anterioridad en Cataluña, de donde proviene el bacilo—, lo raro es que se haya tardado tanto en actuar.
No vayan a confundirse con el título. Adviertan que aquí la escuela no lleva mayúsculas, que no es, en definitiva, la de los venerables y olvidadísimos Miquel Costa i Llobera, Joan Alcover, Llorenç Riber o Maria Antònia Salvà, sino la que acoge hoy en día a los mallorquines en edad de aprender o, como suele decirse ahora, de educarse. Esta escuela está hoy en pie de guerra. O sea, en huelga. Indefinida, por más señas. Los maestros y profesores que la siguen se niegan a empezar el curso en estas condiciones. No, no es un problema de barracones. Ni de ratios profesor-alumno. Ni de recortes en el sueldo. Todos estos asuntos figuran entre las reclamaciones del colectivo, pero no son en modo alguno nucleares. Lo esencial es el TIL. O sea, el Tratamiento Integral de Lenguas que el Gobierno del popular José Ramón Bauzá ha implantado mediante un decreto ley tras la suspensión cautelar que el Tribunal Superior de Justicia de Baleares aplicó, una semana antes del inicio del curso, al decreto anterior. ¿En qué consiste el TIL? Pues, a grandes rasgos, en el uso más o menos parejo de catalán, castellano e inglés como lenguas de enseñanza. El rechazo frontal con que el aguerrido grupo de docentes ha recibido el nuevo ordenamiento puede deberse, claro está, a la dificultad de manejarse en inglés, aunque tampoco cabe descartar que la falta de dominio del castellano, cada vez más notorio entre el personal, les tenga también atenazados. Pero, con todo, el problema es de otra índole. Maestros y profesores —más aquellos que estos— han convertido la enseñanza pública y parte de la concertada en un coto privado, con la inestimable complicidad de sindicatos docentes y asociaciones de padres. Y en este coto no rige más que la ley del nacionalismo pancatalanista —al que se suma, gozosa, la izquierda insular en pleno— y, por consiguiente, la inmersión lingüística en catalán y cuanto se deriva de ella. Así las cosas, es comprensible que el TIL les saque de quicio. Por supuesto, no todos los maestros y profesores piensan ni actúan igual. Pero los discrepantes no tienen interés ninguno en complicarse la vida y la carrera profesional, por lo que acostumbran a callarse y estarse quietecitos.
Ahora, por fin, el Gobierno Balear se ha plantado. Dice que está dispuesto a negociar con los alzados cualquier cosa menos la retirada del TIL. Dice bien. Y ojalá aguante. Está en juego el futuro de Baleares, si es que este depende en gran medida —y no hay motivo para ponerlo en duda— de una enseñanza de calidad. Conviene recordar que Baleares, con el modelo que los huelguistas pretenden seguir imponiendo, se halla en el furgón de cola de la educación española, la cual, a su vez, es de las más deficientes de la Unión Europea y del mundo desarrollado. Si bien se mira, lo que ha emprendido el Gobierno de Bauzá es una operación quirúrgica delicada, pero inaplazable. Consiste en extirpar un nódulo enquistado desde hace décadas en un órgano vital. Sólo extrayéndolo de allí, aunque sea cortando por lo sano, puede garantizarse la salud del paciente, que es como decir del cuerpo social. Vistos los efectos producidos ya por la dolencia —y producidos con anterioridad en Cataluña, de donde proviene el bacilo—, lo raro es que se haya tardado tanto en actuar.
Ahora, por fin, el Gobierno Balear se ha plantado. Dice que está dispuesto a negociar con los alzados cualquier cosa menos la retirada del TIL. Dice bien. Y ojalá aguante. Está en juego el futuro de Baleares, si es que este depende en gran medida —y no hay motivo para ponerlo en duda— de una enseñanza de calidad. Conviene recordar que Baleares, con el modelo que los huelguistas pretenden seguir imponiendo, se halla en el furgón de cola de la educación española, la cual, a su vez, es de las más deficientes de la Unión Europea y del mundo desarrollado. Si bien se mira, lo que ha emprendido el Gobierno de Bauzá es una operación quirúrgica delicada, pero inaplazable. Consiste en extirpar un nódulo enquistado desde hace décadas en un órgano vital. Sólo extrayéndolo de allí, aunque sea cortando por lo sano, puede garantizarse la salud del paciente, que es como decir del cuerpo social. Vistos los efectos producidos ya por la dolencia —y producidos con anterioridad en Cataluña, de donde proviene el bacilo—, lo raro es que se haya tardado tanto en actuar.