Yo no sé muy bien cómo van a votar los ciudadanos alemanes residentes en Barcelona en las próximas elecciones al Bundestag, las del 22 de septiembre. Supongo que lo harán por correo, a través del consulado. De lo que sí estoy seguro, en cambio, es de que no votarán como hace ochenta años. O sea, como el 5 de marzo de 1933, cuando se celebraron las que serían, a la postre, las últimas elecciones al Parlamento de la República de Weimar. Aquel día, que también era domingo, los residentes alemanes con derecho a voto fueron convocados en el muelle de San Beltrán del puerto barcelonés,
donde está hoy la terminal de cruceros. En dos turnos: unos tenían cita a las siete y cuarto de la mañana; otros, a la una y media de la tarde –un horario muy poco español, por cierto–. Y si tenían cita allí, en un muelle del puerto, es porque les aguardaba lo que suele aguardarle a uno en el muelle de un puerto. O sea, una embarcación. En este caso, un buque mercante, el
Halle, adscrito al puerto de Hamburgo. Así pues, unos tres centenares largos de alemanes, acompañados de algunos periodistas, se subieron al barco en cada uno de los turnos. El objetivo, sobra decirlo, era votar. Pero no en el puerto. Para que todos ellos pudiesen ejercer ese derecho democrático del que iban a verse privados en adelante durante más de tres lustros –en muchos casos, sin reparo alguno–, el barco primero debía zarpar y alejarse por lo menos unas siete millas de la costa o, lo que es lo mismo, salir de las aguas jurisdiccionales españolas. Una vez allí, en la cámara del capitán del buque, donde se había instalado una mesa presidida por el propio capitán y en la que también se sentaban el primer oficial, dos marineros y unos individuos del comité organizador, los ciudadanos alemanes –entre los que había una gran presencia de ciudadanas– fueron depositando uno a uno su voto. Dado que la travesía duró más de cinco horas, es de creer que los pasajeros, además de votar, matarían el tiempo en alta mar con otros menesteres, como visitar el barco, contemplar el panorama –sobre todo a la vuelta, con la ciudad enfrente–, tomar un piscolabis, si lo hubiere, o hablar con los demás de lo divino y de lo humano.
Claro que, vistos los resultados electorales, uno tiene la impresión de que aquello, más que una votación, debió de ser un verdadero mitin de afirmación nacional(socialista) –o, mejor dicho, dos, uno por turno–. De los 777 votos emitidos, 508 recayeron en el partido nacionalsocialista. Además, las otras dos fuerzas coaligadas con las huestes de Adolf Hitler obtuvieron 174 sufragios, mientras que los partidos opositores, el socialdemócrata y el comunista, apenas sumaron 47, por lo que muy plural no podía ser el ambiente dentro del buque. Ah, se me olvidaba: a la hora del desembarque se vivieron momentos de tensión entre los pasajeros que se aprestaban a abandonar el buque cantando el himno alemán y grupos de comunistas apostados en el muelle que entonaban La Internacional. Con todo, la presencia en el muelle de la fuerza pública sirvió para que la cosa no pasara a mayores.
Añadamos, ya para terminar, que los resultados de los nazis fueron mucho mejores en Barcelona que en el conjunto de Alemania. Un 65% y un 47%, respectivamente. A decir verdad, eso de vivir en la ciudad más republicana de la España republicana, en el llamado bastión de la Segunda República, no les marcó demasiado a esos alemanes. Y si les marcó fue a la contra. La de anticuerpos que les habría ya generado por entonces…