El grado de desfachatez y de cinismo del Gobierno de la Generalitat en lo tocante al uso del castellano en la enseñanza no tiene límites. Ya no es únicamente el sistemático desacato ante las sentencias de los tribunales que le obligan a implantar la lengua oficial del Estado como lengua vehicular de toda la clase –junto al catalán, por supuesto– cuando unos padres así lo soliciten para su hijo. Ya no es únicamente que el Departamento de Educación siga enviando circulares en las que insta a los centros afectados a mantener la llamada atención individualizada para el alumno demandante. Es que la propia consejera se permitió pronunciar hace unos días, en relación con un plan de introducción progresiva del inglés como lengua de enseñanza y a propósito del maltrato que recibe el castellano, lo siguiente: «Nunca la literatura castellana la haremos en inglés, es una materia que va muy bien para hacerla en castellano». Se trata, sobra añadirlo, de una evidente falta de respeto, que dicha, pongamos por caso, por un niño o un adolescente en la mesa, durante una comida familiar, merecería la reprensión inmediata de un adulto en forma de amonestación verbal o incluso de castigo. Se trata de una evidente falta de respeto, decía, o acaso de una maldad manifiesta. Pero da igual, no pasa nada; al contrario, semejantes salidas de tono son incluso aplaudidas y jaleadas por los adeptos. Esa gentuza no tiene vergüenza. Ni, lo que es peor, modales.