El fichaje de Gareth Bale por el Real Madrid está dando que hablar. Aquí y fuera. Si mal no recuerdo, el primero en poner el grito en el cielo por estos lares ante la fortuna que el club de la capital iba a pagar para hacerse con el mocetón galés si finalmente se consumaba el traspaso fue el argentino Martino. Yo no sé si por argentino –muchos argentinos arrastran cierto ramalazo peronista–, si por entrenador del Barça –ya se sabe que el Barça, al igual que TV3 y la Catalunya con «ny», es una entidad moral– o si por ambos factores a la vez; pero el caso es que lo hizo. Para Martino, pagar cerca de 100 millones de euros por contratar a un jugador de fútbol era «una falta de respeto para el mundo en general». Por supuesto, nada ha dicho todavía el flamante entrenador barcelonista sobre la falta de respeto para el mundo en general que ha supuesto el comportamiento hacendístico de Leo Messi. Ni siquiera la que se deriva de lo que él mismo va a cobrar por entrenar al club catalán. En fin, la doble varita mágica de medir de todos los días.

Pero no ha sido sólo en España donde el fichaje de Bale ha levantado ampollas. En Inglaterra, por ejemplo, empiezan a estar asustados con tanto trajín de dinero. Porque la salida de Bale hacia Madrid y el correspondiente ingreso en las arcas de su club de origen han quedado ampliamente compensados por las contrataciones realizadas por este mismo club para cubrir su baja y por las de otros de primer nivel. En realidad, el volumen de negocio en la Premier League es en estos momentos infinitamente superior al de cualquier otra liga europea. Y lo que preocupa no son sólo las cantidades que se mueven; también su fuente. El dinero no es un dinero inglés. Procede, en el caso de los equipos punteros, de Rusia, Estados Unidos y Abu Dhabi. Y a saber cómo ha llegado hasta la isla. De todos modos, lo de Inglaterra es poco comparado con lo de Francia. No por el montante global de los traspasos, que no alcanza en Francia ni el 50% de lo manejado en Inglaterra, sino porque los dos grandes equipos de fútbol del país, para los que no parecen existir límites a la hora de fichar, están en manos extranjeras –cataríes y rusas–. Hasta el punto de que la ministra del ramo, la socialista Valérie Fourneyron, alarmada por el desequilibrio que todo esto genera, ha propuesto ya una fórmula para salir del apuro: prohibir los traspasos. Así, como lo leen. Uno creía que los socialistas franceses habían aprendido algo de los primeros años de gobierno de Mitterrand y su pretensión de ponerle puertas al campo, económico o de otra índole. Pues va a ser que no. Que todo, al cabo, vuelve y vuelve, incluso con renovados bríos. Y, encima, con el mundo del futbol como objetivo. Que no les pase nada.

Ese fútbol

    5 de septiembre de 2013