No seré yo quien se lamente de que el Tricentenario BCN, organizado por el Ayuntamiento de la ciudad y comisariado por el periodista Toni Soler, esté pasando sin pena ni gloria. Allá ellos con sus delirios. Lo que sí me parece lamentable, en cambio, es lo que les va a costar a los barceloneses la broma. Y no sólo en dinero contante y sonante; también en imagen. Esa «ciudad de los Juegos» que dejó atrás para siempre aquella otra «ciudad de las bombas», se ha ido convirtiendo en los últimos años en un engendro a medio camino entre un burdel de tres al cuarto y un parque temático alternativo. Al que se ha añadido ahora, quién sabe si para cerrar el círculo de lo kitsch, ese aquelarre independentista al que todavía le quedan nueve meses de vida. De mala vida. Ayer supimos, por ejemplo, que el acto previsto para el próximo 19 de marzo en el Palau de la Música Catalana y en el que Amnistía Internacional (AI) iba a entregar el Premio Ambassador of Conscience 2014 ha sido suspendido. ¿La razón? Pues parece que la sección catalana de AI se extralimitó en sus funciones al garantizarle al comisario Soler que la gala tendría lugar en Barcelona. Vaya, que la sección española de la organización –de la que depende, ¡ay!, la catalana– no había dado aún su aprobación. Y el caso es que finalmente no la dio –y así se lo comunicó al propio Ayuntamiento a comienzos de octubre–, porque no juzga conveniente que su entidad sea utilizada en el marco del Tricentenario BCN, y ello por más que el comisario insista en vincular su lema, ese estrambótico «Vivir libres», con los designios de la propia AI. Cómo estará el cartel del independentismo catalán en el mundo, que ni siquiera las ONG’s se prestan al juego de darle voz y aliento.

Y, mientras tanto, la marca Barcelona por los suelos.

¡Pobre Barcelona!

    6 de diciembre de 2013