El Libro Blanco de la Prensa Diaria, que la Asociación de Editores de Diarios Españoles (AEDE) elabora anualmente, dice, al parecer de que quienes han tenido acceso a él, muchas cosas. No todas buenas y, por lo tanto, no todas malas. (Perdonen ustedes la obviedad, pero en tiempos de crisis, y la de la prensa lo es por partida doble —interna y externa—, más vale tomarse las cosas en positivo, esto es, poner en práctica la teoría de la propina de Pla.) Entre estas cosas que no son malas y que, por lo tanto, pueden considerarse más o menos buenas está el que la prensa de papel siga siendo, para los ciudadanos, el medio de comunicación más creíble y riguroso —esto es, más que la prensa digital, la tele, la radio y las redes sociales—. Lo cual no la convierte en imprescindible, por supuesto. Ni siquiera permite afirmar que siempre habrá periódicos que ensucien los dedos. Al fin y al cabo, la credibilidad y el rigor —o la «rigurosidad», como la llaman ahora— no tienen por qué ser considerados, socialmente, productos de primera necesidad. Pero algo es algo —que diría el Pla de la propina—. Y luego está lo de pagar por contenidos on line. Hay que felicitarse, sin duda, de que cada vez sean más los ciudadanos dispuestos a gastar parte de su dinero en información. Aunque todavía sean pocos. Lo que ya me parece más arriesgado es tomar el estado de la prensa estadounidense como razón para el optimismo. Incluso si sólo se trata, con ello, de constatar tendencias. Si algo demuestra la historia del periodismo es que el modelo anglosajón ha seguido siempre caminos distintos al latino. A veces, por una simple cuestión de precedencia. Pero también, y sobre todo, porque la picaresca de la gratuidad no tiene allí el mismo arraigo que entre nosotros. ¿O acaso no resulta significativo que hayamos elevado ya por estos pagos el concepto a la categoría de cultura?