(ABC, 14 de diciembre de 2013)
Comprendo que la gente le dé vueltas a la fórmula preguntadora —entre otras razones, porque evidencia una vez más la contrastada cobardía del nacionalismo catalán, disfrazada en esta ocasión de supuesto arrojo—, pero a mí lo que de verdad me interesa es la fecha. De entrada, por su lejanía. Once meses son once meses. O sea, poco más o menos lo que llevamos de legislatura. ¿Se dan cuenta? Once meses como los que acabamos de vivir, si no peores. Es cierto que el calendario puede precipitarse según vayan cerrándose las puertas legales para la celebración de la consulta. Pero el interés del Gobierno de la Generalitat estará siempre en agotar el periodo fijado, en llegar a la fecha como quien llega a la meta, incluso extenuado. Por un lado, por aquello, tan catalán, de «qui dia passa, any empeny». Y, luego, por su querencia simbólica. No, no es que la fecha escogida remita a una efeméride catalana digna de ser rememorada. Ninguna gesta, ninguna victoria, ninguna derrota siquiera, coinciden con un 9 de noviembre; sólo la fiesta mayor de Balaguer (Lérida). Quienes se han esforzado en buscarle antecedentes, no han tenido más remedio que acudir a Alemania. Y se han fijado, claro, en la caída del muro de Berlín, en 1989. De muro a muro, como quien dice, aunque el de aquí no sea más que un constructo mental. Y también en la abdicación del emperador Guillermo II, en 1918, antesala del fin de la Primera Guerra Mundial, si bien en este caso la analogía no da para tanto. Sin embargo, nadie parece haber reparado en lo que es, a mi juicio —y que el CAC no me lo demande—, el verdadero referente simbólico del Gobierno de la Generalitat: la Noche de los Cristales Rotos, de 1938, cuando los nazis decidieron empezar a limpiar en serio Alemania de judíos. Por supuesto, no creo ni por asomo que en el ánimo del Gobierno catalán esté realizar ninguna limpieza semejante. Pero de lo que no tengo duda alguna es de que Cataluña amanecerá, al día siguiente, con las calles llenas de cristales rotos, que no serán sino la expresión —simbólica, claro está— de tanto odio sembrado, de tanto afecto truncado, de tanto corazón partido.
(ABC, 14 de diciembre de 2013)
(ABC, 14 de diciembre de 2013)