No pude ver ayer por la noche la entrevista al presidente de la Generalitat. Pero sí la he visto esta mañana. Y me ha bastado con el principio. O sea, con esta secuencia como respuesta a la pregunta «Presidente, ¿quiere que Cataluña se convierta en un Estado?»: «Mi opinión como persona no coincide plenamente con mi función como persona (…) Como persona quiero que Cataluña tenga un Estado (…) Votaría sí (…) Y como persona también votaría sí a la segunda [pregunta] (…) Como persona; tengo el mismo derecho a votar que cualquier otro ciudadano de este país (…) Como presidente, mi función no es entrar en este debate (…)». Un político capaz de ensartar semejante discurso es un firme candidato a la rescisión de contrato, al paro indefinido, a la inhabilitación de por vida. Si TV3 entrevistó ayer a Artur Mas, es porque Artur Mas es el presidente de la Generalitat. De lo contrario, no habría habido entrevista. Fue, por tanto, en su calidad de máximo responsable de la institución catalana como Mas respondió desde el primero al último minuto de la entrevista. Ese desdoblamiento entre el presidente y la persona —tan cercano en su oportunismo, por cierto, al de la propia doble pregunta de la consulta— resulta absolutamente intolerable en un Estado de Derecho. Ayer supimos que Artur Mas, presidente de la Generalitat de Cataluña, ha convocado la consulta para poder votar sí a la independencia de Cataluña. Y lo demás son monsergas.