Aunque nada es seguro en este mundo hasta que sucede, a los síntomas de decaimiento del proceso soberanista catalán —perceptibles en las encuestas y en la división entre las propias fuerzas políticas partidarias del llamado «derecho a decidir»— ha venido a sumarse en los últimos días un factor inesperado, al menos a juzgar por lo acontecido hasta hoy y desde hace ya algunos años. Me refiero al Fútbol Club Barcelona y a su repentina flojera. Por supuesto, en este mundo de la pelota nada puede predecirse, y menos cuando todavía falta un montón de meses para que los títulos en juego —Liga, Copa del Rey y Champions League— tengan un desenlace. Pero la sensación de que el Barça ya no es aquella máquina arrolladora de antaño y de que los dos equipos de Madrid pueden perfectamente ganarle en cualquiera de las competiciones en liza supone no sólo una novedad, sino también un contratiempo para el soberanismo reinante. El Barça es, junto a TV3 y los medios amigos —y hasta cierto punto la escuela—, uno de los principales instrumentos de la agitprop independentista. Y sus triunfos, la más viva demostración de la pujanza del sentimiento nacionalista. Así las cosas, ¿qué puede esperarse de una transición nacional sin testosterona? ¿En qué parará la genitalidad de Cataluña si no puede contar con el chute patriótico de su selección nacional encubierta? Porque en el mundo del fútbol, como en esa consulta de nunca jamás, sólo vale la victoria. Aunque algunos se consuelen diciéndose que han perdido, sí, pero son más que un club.