Los catalanes son unos sentimentales. Por más que el tópico los pinte como unos redomados materialistas, cuando no como unos rácanos del copón, lo que en verdad les caracteriza es el sentimiento. Incluso los más brutos, los más animales, son, en el fondo, unos sentimentales. Y no me refiero ahora a su tendencia al lloriqueo, a la queja, al victimismo. Me refiero a esas explosiones de júbilo, a esas expansiones colectivas, a esas manifestaciones callejeras que algunos confunden, consciente o inconscientemente, con la voluntad de un pueblo.

A finales de febrero de 1936 el periodista Chaves Nogales fue a pasar unos días a Barcelona. Una de las primeras medidas adoptadas por el Gobierno del Frente Popular tras su victoria en las elecciones del 16 de aquel mismo mes había sido la puesta en libertad de miles de presos, políticos y sociales, en aplicación de la promesa de amnistía que la facción vencedora llevaba en su programa electoral. Entre estos presos estaban Lluís Companys y su gobierno, condenados a distintas penas de reclusión por el golpe de Estado del 6 de octubre de 1934. Y ese Gobierno de la Generalitat recién repuesto en sus funciones iba a regresar ahora a Cataluña. Por eso Chaves estaba allí. Para vivir el reencuentro entre los ciudadanos y quienes habían sido elegidos, a finales de 1932, para representarlos en el Parlamento catalán y administrar, en último término, la autonomía. Para vivirlo y para contarlo, claro. Porque todo hacía presagiar que el reencuentro sería sonado. Y es que, tal y como advertía el propio periodista en su primera crónica, «entusiasmo multitudinario no hay más que uno en España: el de los catalanes». El 1 de marzo se comprobó, en efecto. Hasta alguien tan apegado al dato como Chaves se dejó contagiar aquel día por el espectáculo, al afirmar que había salido a la calle un millón de personas —cifra ciertamente improbable a tenor de la población catalana de entonces y de que el catalanismo de derechas, como es lógico, no se había movilizado¬—. Pero ello no quita, por descontado, que aquello fuera un espectáculo.

El problema es que, lo mismo en 1936 que en 2013, hay que andarse con mucho tiento a la hora de convertir esas efusiones en voluntades políticas. Por el sentimentalismo, precisamente, que todo lo hincha, maquilla y, en definitiva, deforma. A Chaves se lo recordó entonces uno de los dirigentes de la Lliga Catalana, Lluís Duran i Ventosa, con quien el subdirector de Ahora se entrevistó. Cuando el periodista le hizo notar que los catalanes, ateniendo a las manifestaciones populares, parecían satisfechos del triunfo izquierdista, Duran i Ventosa le contestó: «El pueblo contribuye siempre con gran fervor a estas explosiones de entusiasmo. No hay que juzgar por ellas, sin embargo, el verdadero sentir de Cataluña. Podría usted ser víctima de un error fundamental». Para comprobar cuánta razón llevaba el político de la Lliga, basta echar una ojeada al entusiasmo con que los catalanes recibieron a partir de 1939 el nuevo régimen. Explosiones de júbilo, expansiones colectivas, manifestaciones callejeras, etc. Y no por ello vamos a concluir que el conjunto de la población era entonces franquista.

A no ser que uno crea que lo que sale a la calle es el pueblo todo y hágase, pues, su voluntad. O sea, a no ser que uno se llame Artur Mas. U Oriol Junqueras. El presidente de ERC acaba de publicar un artículo —del que se hacía eco ayer mismo Crónica Global en el que, aparte de recordarle al presidente de la Generalitat que el tiempo apremia, insiste en que hay que preguntarle a la gente catalana si «opta por la dependencia o por la independencia». Así de simple. El resto, a su juicio, está fuera de lugar. Pero lo singular no es esto —por lo demás, ya reiterado en múltiples ocasiones—. Lo singular es que, para reforzar sus argumentos, el político republicano apele a las palabras de Enric Vila, historiador como él, quien escribió hace cosa de un mes que la pregunta era el alma de la consulta. En realidad, Vila escribió que la pregunta era el alma del proceso, pero tanto da. A Junqueras lo que le ha llegado al alma es el alma. El sentimiento. Esa cosa tan lírica, tan emotiva, tan catalana. Tan suya, en definitiva.

(Crónica Global)

La sentimentalidad catalana

    9 de diciembre de 2013