A Najat Vallaud-Belkacem, ministra de los Derechos de la Mujer y portavoz del Gobierno de Francia, le preguntaron este domingo por la nueva ley del aborto que está cocinando el Ejecutivo de Rajoy. Que cómo era posible tanto retroceso. Que si las leyes habían ido demasiado lejos para una sociedad como la española o si se trataba, por el contrario, de un fenómeno reactivo más amplio. En cuanto a lo segundo, la ministra optó en su respuesta por la amplitud: en Polonia e Irlanda, dijo, existe un rechazo parecido ante los avances producidos en los derechos que son, al menos en Francia, de su competencia. En cuanto a lo primero, habló de backlash, o sea, de contraataque. A su juicio, el ritmo reformador ha sido excesivo para el cuerpo social al que iba destinado y eso ha provocado una reacción negativa. En esa clase de movimientos, añadió, es muy importante el arrastre, esto es, la certeza de que uno no está solo en la empresa, de que le acompaña una gran mayoría de la sociedad. No parece que fuera el caso de la ley del aborto aprobada en marzo de 2010 por el Gobierno de Rodríguez Zapatero. Más allá de otras consideraciones –entre las cuales, su más que probable inconstitucionalidad–, esa ley no fue precedida de ninguna pedagogía, de nada semejante a lo que Vallaud-Belkacem cree imprescindible para que una sociedad esté «totalmente convencida» de que la reforma en cuestión responde a un interés general. Fue una ley generadora de tensión. Y las consecuencias empezamos a padecerlas.