Por lo demás, Maneras de ser periodista permite también un juego de analogías. No me refiero ahora al que establece ya el propio Camba desde el título mismo en determinadas piezas ¬–«El periodismo y el calamar», «El periodismo y la pesca» y «Periodistas y peluqueros» son tres magníficos ejemplos del rendimiento que saca a esa figura–, sino el que puede establecerse entre alguno de esos artículos y los escritos de otros autores. A mí, por aquello de mi vieja y difusa ascendencia poética, «El periodismo y el calamar» me ha traído a la memoria uno de los buenos poemas de Gabriel Ferrater, «Literatura». Aunque artículo y verso difieran en el propósito y en el caudal de tinta empleado, el asunto, si bien se mira, es el mismo: la escritura y sus límites. El gran asunto, vaya.
Ha llegado por fin a mis manos, gracias al empeño de Paco Fuster, responsable de la edición, el último Camba conocido. (Empieza a pasar con Camba lo que con Chaves. Los dos salen a libro por año, si no más, y eso que llevan más de medio siglo muertos. Ventajas de haber escrito en los papeles, y de haber escrito mucho y bien.) El caso es que Maneras de ser periodista, la obra en cuestión, es una recopilación de los artículos que Camba escribió sobre este oficio, que era también el suyo. Están los que ya había recogido el propio autor en volumen y están los que Fuster ha encontrado en las hemerotecas, analógicas y digitales. Sobra decir que la idea era excelente y lo cierto es que el resultado no le anda a la zaga. Hace un par o tres de décadas, con sólo leer este librillo y dos o tres más cualquier licenciado en periodismo habría podido adentrarse en el oficio bien pertrechado. Hoy, en cambio, entre que apenas queda periodismo y que los estudiantes apenas leen, no sé qué futuro puede aguardarle al libro entre quienes debieran ser sus principales destinatarios. Pero, en fin, en su defecto los demás ya nos daremos el gustazo, si no nos lo hemos dado ya. (Un par de reproches, eso sí, a la edición, que no todo van a ser parabienes. Por un lado, la no inclusión entre los textos recopilados de «Advertencia leal contra los libros de viajes» el prólogo a Aventuras de una peseta, que Fuster sí menciona y parafrasea en su prólogo a la edición y que constituye, en sí mismo, toda una poética del oficio. Y, por otro, la sorprendente omisión, en la bibliografía sobre el periodista, del prólogo que Arcadi Espada escribió para la reedición ¬–la primera después de 35 años– de Haciendo de República, incluido en el volumen colectivo Cuatro historias de la República, donde se hallan admirablemente expuestas las claves de su escritura, que no era, por supuesto, sino escritura periodística. Confiemos en que una nueva edición permita remediarlo.)
Por lo demás, Maneras de ser periodista permite también un juego de analogías. No me refiero ahora al que establece ya el propio Camba desde el título mismo en determinadas piezas ¬–«El periodismo y el calamar», «El periodismo y la pesca» y «Periodistas y peluqueros» son tres magníficos ejemplos del rendimiento que saca a esa figura–, sino el que puede establecerse entre alguno de esos artículos y los escritos de otros autores. A mí, por aquello de mi vieja y difusa ascendencia poética, «El periodismo y el calamar» me ha traído a la memoria uno de los buenos poemas de Gabriel Ferrater, «Literatura». Aunque artículo y verso difieran en el propósito y en el caudal de tinta empleado, el asunto, si bien se mira, es el mismo: la escritura y sus límites. El gran asunto, vaya.
Por lo demás, Maneras de ser periodista permite también un juego de analogías. No me refiero ahora al que establece ya el propio Camba desde el título mismo en determinadas piezas ¬–«El periodismo y el calamar», «El periodismo y la pesca» y «Periodistas y peluqueros» son tres magníficos ejemplos del rendimiento que saca a esa figura–, sino el que puede establecerse entre alguno de esos artículos y los escritos de otros autores. A mí, por aquello de mi vieja y difusa ascendencia poética, «El periodismo y el calamar» me ha traído a la memoria uno de los buenos poemas de Gabriel Ferrater, «Literatura». Aunque artículo y verso difieran en el propósito y en el caudal de tinta empleado, el asunto, si bien se mira, es el mismo: la escritura y sus límites. El gran asunto, vaya.