Seguramente recordarán ustedes aquel Consejo Asesor para la Transición Nacional que Artur Mas alumbró el pasado
12 de febrero, del que formaban parte mentes tan preclaras como Ferran Requejo, Pilar Rahola, Salvador Cardús o Ángel Castiñeira —por no citar más que algunas— y una de cuyas principales funciones era «analizar e identificar todas las alternativas jurídicas disponibles sobre el proceso de transición nacional». Ese Consejo, tal vez también lo recuerden, hizo su trabajo —no remunerado, por cierto, más que con el honor y la gloria— y, días antes de las vacaciones de verano, presentó al presidente de la Generalitat un informe con sus conclusiones. El informe estaba compuesto por más de doscientos folios dedicados por entero a la consulta, pues esa y no otra era la fórmula escogida en su momento por Mas para transitar. De los muchos considerandos del documento se seguían, entre otras, dos conclusiones fundamentales. La primera, que el mejor periodo para celebrar la consulta era el primer semestre de 2014 y, en todo caso, antes del 18 de septiembre, que es cuando está previsto el referéndum sobre la posible independencia de Escocia y de cuyos resultados, previsiblemente contrarios a la separación, había que huir como de la peste. Y la segunda, que no había cauce legal por donde colarla y que, de no mediar un acuerdo con el Estado, no quedaría más remedio que dejarse de consultas y convocar unas elecciones plebiscitarias que llevaran, en caso de victoria soberanista, a una declaración unilateral de independencia por parte del Parlamento de Cataluña.
Como no alcanzo siquiera a imaginarme que el presidente Mas haya sido tan insensato de no leer lo que él mismo encargó el 12 de febrero y recibió meses más tarde, el reciente anuncio de que resulta materialmente imposible hacer la consulta antes de octubre de 2014 no puede sino interpretarse como un modo amable de admitir —amable para ERC— que no habrá consulta, sólo simulacro. ¿Y los 15 millones que van a costar las urnas y todo lo demás?, quizá se pregunten ustedes. Nada, una fruslería. Comparado con lo que llevamos ya gastado en nacionalismo…
(ABC, 9 de noviembre de 2013)