Aun así, gente tan dispar en lo mental y en lo moral como J. B. Culla y Arcadi Espada coinciden en afirmar que la escuela no ha sido un factor determinante en el auge del independentismo en Cataluña. Ambos se remiten al mismo contraejemplo: si durante los 35 años de franquismo la escuela no consiguió moldear la personalidad de los españolitos de a pie, ¿por qué iba a lograrlo ahora en un lapso idéntico y bajo un régimen parecido? A mi modo de ver, por algo que no se daba en aquellos tiempos y sí se da ahora. Durante el florido pensil, la reacción, cuando reacción había, era en contra de un régimen autoritario, de unos maestros y profesores que no dudaban en recurrir a los métodos más abstrusos —y a veces hasta violentos— para doblegar cualquier forma de disidencia o resistencia. Ahora, en cambio, los maestros y profesores participan junto a los alumnos, lo mismo en Cataluña y Baleares que en parte del País Vasco, Navarra o Galicia, de un misma cruzada contra el maligno, personificado, cómo no, en la pérfida España —la negra, la de la Inquisición, la del franquismo—. Es decir, antes el maestro era percibido como la última pieza del engranaje opresor; ahora es percibido como la primera del engranaje liberador. Por eso es tan frecuente, en nuestros días, ver desfilar a esos educadores cogidos de la mano con sus educandos, cada vez que una movilización cualquiera los saca a la calle. La patria los llama y ellos, todos a una, acuden prestos en su auxilio.
Ese informe de la Guardia Civil del que habla hoy El Mundo no creo que sorprenda a nadie. Que una cuarta parte de los maestros de las ikastolas de la Comunidad Foral de Navarra esté más o menos vinculada a la izquierda abertzale es algo que, por desgracia, se da casi por descontado. O que damos casi por descontado, al menos, quienes, habiendo nacido en Cataluña o residiendo en sus aledaños ideológicos —léase las Islas Baleares—, sabemos cómo las gastan muchos de los maestros de esos niveles educativos. Con una diferencia: en las zonas de Navarra donde se ofrece esta enseñanza integral en vascuence, así como en el País Vasco, los padres tienen siempre la opción —o deberían tenerla— de matricular a sus hijos en otros modelos lingüísticos, mientras que en las tierras catalanas de origen o conquista no hay tutía, esto es, no hay otro modelo que la inmersión generalizada —a no ser que uno disponga del capital necesario para llevar al nene o la nena a un centro privado—. Y, por supuesto, con otra diferencia: en esas tierras bañadas por el Mediterráneo no existe ETA ni nada parecido. La erosión, pues, es de una intensidad distinta. Aunque no menos eficaz, como los hechos vienen demostrando.
Aun así, gente tan dispar en lo mental y en lo moral como J. B. Culla y Arcadi Espada coinciden en afirmar que la escuela no ha sido un factor determinante en el auge del independentismo en Cataluña. Ambos se remiten al mismo contraejemplo: si durante los 35 años de franquismo la escuela no consiguió moldear la personalidad de los españolitos de a pie, ¿por qué iba a lograrlo ahora en un lapso idéntico y bajo un régimen parecido? A mi modo de ver, por algo que no se daba en aquellos tiempos y sí se da ahora. Durante el florido pensil, la reacción, cuando reacción había, era en contra de un régimen autoritario, de unos maestros y profesores que no dudaban en recurrir a los métodos más abstrusos —y a veces hasta violentos— para doblegar cualquier forma de disidencia o resistencia. Ahora, en cambio, los maestros y profesores participan junto a los alumnos, lo mismo en Cataluña y Baleares que en parte del País Vasco, Navarra o Galicia, de un misma cruzada contra el maligno, personificado, cómo no, en la pérfida España —la negra, la de la Inquisición, la del franquismo—. Es decir, antes el maestro era percibido como la última pieza del engranaje opresor; ahora es percibido como la primera del engranaje liberador. Por eso es tan frecuente, en nuestros días, ver desfilar a esos educadores cogidos de la mano con sus educandos, cada vez que una movilización cualquiera los saca a la calle. La patria los llama y ellos, todos a una, acuden prestos en su auxilio.
Aun así, gente tan dispar en lo mental y en lo moral como J. B. Culla y Arcadi Espada coinciden en afirmar que la escuela no ha sido un factor determinante en el auge del independentismo en Cataluña. Ambos se remiten al mismo contraejemplo: si durante los 35 años de franquismo la escuela no consiguió moldear la personalidad de los españolitos de a pie, ¿por qué iba a lograrlo ahora en un lapso idéntico y bajo un régimen parecido? A mi modo de ver, por algo que no se daba en aquellos tiempos y sí se da ahora. Durante el florido pensil, la reacción, cuando reacción había, era en contra de un régimen autoritario, de unos maestros y profesores que no dudaban en recurrir a los métodos más abstrusos —y a veces hasta violentos— para doblegar cualquier forma de disidencia o resistencia. Ahora, en cambio, los maestros y profesores participan junto a los alumnos, lo mismo en Cataluña y Baleares que en parte del País Vasco, Navarra o Galicia, de un misma cruzada contra el maligno, personificado, cómo no, en la pérfida España —la negra, la de la Inquisición, la del franquismo—. Es decir, antes el maestro era percibido como la última pieza del engranaje opresor; ahora es percibido como la primera del engranaje liberador. Por eso es tan frecuente, en nuestros días, ver desfilar a esos educadores cogidos de la mano con sus educandos, cada vez que una movilización cualquiera los saca a la calle. La patria los llama y ellos, todos a una, acuden prestos en su auxilio.