Dice Artur Mas que pronto va a tomar «nuevas decisiones complicadas y no exentas de riesgo». Sin duda. Si toda decisión que se toma es ya de por sí más o menos complicada y tiene más o menos riesgo, las que viene adoptando el presidente de la Generalitat lo son por partida doble. Por un lado, porque le afectan y afectan también al conjunto de los catalanes y al resto de los españoles. Y, luego, porque se sitúan desde hace más de dos años en un terreno espinoso, donde no parece regir ni la ley, ni la moral, ni el decoro. En este mes de enero de 2015 que mañana empieza, Mas va a tener que decidir si adelanta o no las elecciones al primer trimestre del año, antes pues de las municipales, o si no lo hace y las deja para otoño o para dentro de dos años, que es cuando toca. Esa decisión, que le afecta a él y afecta a todos los catalanes y al resto de los españoles, por cuanto esos comicios anticipados, de convertirse en plebiscitarios, pueden constituir un fraude de ley, depende de una serie de factores y ninguno parece estar por completo en sus manos. El frente electoral soberanista que proyecta junto a las forces de frappe del independentismo —ANC, Òmnium y AMI— no cuenta con el beneplácito de ERC, contraria a la «lista de país» de Mas y partidaria de concurrir por separado con un miniprograma común. Pero la opción de retrasar las elecciones, o sea, de no adelantarlas o no adelantarlas tanto —alternativa planteada por Mas si su propuesta unitaria no sale adelante— es rechazada de plano por ERC y las forces de frappe, conscientes de que el movimiento nacional empieza a flaquear y más flaqueará sin duda con el paso del tiempo. Así las cosas, todo indica que al presidente no le quedará más remedio que convocar esos comicios para dentro de nada, tanto más cuanto que ERC se niega a dar por buenos unos presupuestos para 2015 si no se aceptan sus condiciones. Y, en tal caso, no hace falta añadir cuál va a ser el riesgo para Mas. El de perder, por supuesto. Y el de los catalanes y el resto de los españoles, el de seguir enredados en la madeja del nacionalismo sin poder atender a lo que realmente importa y resulta perentorio para devolver a nuestro país, o sea, España, a la senda de la igualdad, la libertad y el progreso.