¿En qué ha cambiado Cataluña desde que un grupo de intelectuales hicisteis público el manifiesto que dio lugar a la creación de Ciutadans?
–Pues ha cambiado en un doble aspecto, que al fin y al cabo no son sino las dos caras de la misma moneda. Lo que nosotros advertíamos en el manifiesto de Ciutadans y de lo que advertíamos al conjunto de los ciudadanos, concretado en aquella pérdida del sentido de la realidad a la que nos estaba conduciendo el nuevo Estatuto cocinado por la clase política catalana, no sólo se ha acrecentado enormemente, sino que ha adquirido, con la llegada de Mas a la Presidencia de la Generalitat, tintes manifiestamente patológicos. Pero, por otro lado, nuestro propósito de ir construyendo una oposición nítida, resuelta y combativa al nacionalismo se ha hecho también realidad. Y hay que felicitarse por ello.
¿Por qué la mayoría social, que es castellanohablante y no nacionalista, ha dejado que el nacionalismo catalán se haya apoderado de todos los resortes del poder?
–Aquí confluyen sin duda muchos factores. Pero yo destacaría sobre todo el papel de los partidos de izquierda, del PSC y de aquel PSUC hoy reconvertido en ICV y compañía. Ya sea por complejo ante el nacionalismo de CIU y Pujol, en el primer caso, ya sea por convicción en el segundo, ambos partidos han venido predicando a sus bases y a sus votantes que la integración en Cataluña pasaba por aceptar la hegemonía del nacionalismo. O sea, el hecho diferencial, cuyo máximo exponente es la sacralización de la llamada lengua propia y de cuantas instituciones se sirven de ella –administración, sistema educativo, medios de comunicación–. A partir de ahí, muchos castellanohablantes no nacionalistas, la gran mayoría sin duda, han ido aceptando la supremacía institucional del catalán y del nacionalismo y su condición de ascensor social, aun cuando la mayoría social siga siendo, en efecto, castellanohablante y no nacionalista. Ah, y en este terreno el PP se ha comportado también, antes y después de la etapa Vidal Quadras, como un partido miedoso y acomplejado.
¿Pensabas que llegaríamos tan lejos?
–Pues no, la verdad. Sin confiar para nada en Rodríguez Zapatero o incluso en el último Maragall, nunca imaginé que la deriva podía alcanzar tales proporciones. El afán por llegar al poder y conservarlo rompió por completo el dique antinacionalista que a priori debía representar el socialismo español. Así les ha ido y así nos ha ido, claro, a todos los demás.
¿Crees que algo cambió el día que todos los medios escritos catalanes publicaron un editorial común? ¿Qué significó este gesto?
–Cambiar, no cambió nada. Fue simplemente la evidencia, la confirmación, de que en Cataluña no existe pluralidad informativa alguna. ¿Cómo puede haberla si todos los medios escritos –y casi todos los audiovisuales y digitales– se sostienen con fondos públicos?
¿En qué se ha equivocado el resto de España?
–En considerar que lo que estaba ocurriendo en Cataluña no iba con ellos, en que se trataba un asunto estricto de los catalanes en el que no había que entrometerse.
¿En qué nos hemos equivocado los catalanes que nos sentimos españoles?
–Pues en algo parecido. En considerar que los asuntos públicos de Cataluña sólo pueden gestionarse desde Cataluña y gestionarlos el nacionalismo. Y que, por lo tanto, toda presencia o intervención en este espacio público debe acarrear necesariamente la aceptación de su hegemonía.
¿Han ganado los nacionalistas la batalla del lenguaje?
–Yo no sé muy bien qué es la batalla del lenguaje. Pero, en fin, si se refiere, pongamos por caso, a la identificación entre Cataluña y el nacionalismo, o a la contraposición entre Cataluña y España, como si de dos entidades políticas distintas se tratara, es evidente que la han ganado. Al menos de momento.
¿Ha habido políticos del resto de España que han aceptado el vocabulario nacionalista?
–Por supuesto. La hemeroteca está llena de ejemplos.
¿Qué sientes cuando escuchas “España nos roba”?
–Un gran hastío.
¿Te has sentido “señalado” por no haber aceptado la ideología dominante en Cataluña?
–Claro. Pero dadas las circunstancias, y a pesar de la incomodidad que supone, ese señalamiento constituye, no hace falta añadirlo, un gran honor.
¿Oriol Junqueras, de mayor, quiere ser Jordi Pujol o Garibaldi?
–Quizá quería ser Jordi Pujol antes del 25 de julio de 2014; pero dudo mucho que, a estas alturas, siga queriéndolo. Y en cuanto a Garibaldi, me temo que no da el tipo. Lo que no impide que sueñe con ello.
¿Por qué CiU ha pasado de ser un partido “de orden” a uno de “agit prop”?
–Por razones diversas. Las principales: porque todo nacionalismo acaba siendo, tarde o temprano, agitprop, y porque en todos estos años quienes debían ejercer la oposición y denunciar los excesos del totalitarismo han preferido callar y otorgar.
¿Qué papel ha jugado el PSC en la radicalización del “procés”?
–Me parece que ya he contestado a la pregunta. El PSC ha sido el compañero de viaje del nacionalismo, el colaborador necesario, la falsa oposición, el dique contra todo intento de resistencia. Al empezar la deriva en que nos encontramos, y como si la cosa no fuera con ellos, ha tratado de mantenerse al margen, en una posición equidistante, en vez de optar de un modo resuelto por el bando de la ley. Y con Navarro todavía mostró cierta firmeza. Me temo que con Iceta ni eso.
¿Y cuál ha sido el papel del PP catalán?
–El acostumbrado desde que Aznar decidió prescindir de Vidal-Quadras. Una de cal y otra de arena. Pactando en el Ayuntamiento y la Diputación de Barcelona, y amagando con una oposición férrea en el Parlamento autonómico. Y, sobre todo, muy pendientes de los bandazos estratégicos del PP nacional.
¿Ves en el futuro otros pactos de PP y PSOE en el Congreso con los nacionalistas catalanes si la aritmética electoral los propicia? ¿O ya no hay marcha atrás?
–Por supuesto que los veo si la aritmética electoral los propicia. Pero no parece que esa aritmética, en un futuro próximo al menos, vaya a ser cosa de dos. Y no es lo mismo vender tus votos cuando todo depende de ti que venderlos cuando hay un tercero o un tercero y un cuarto en liza.
¿La batalla está perdida?
–¿Cuál? ¿La batalla contra el nacionalismo? Si el objetivo es derrotarlo, impedir que vuelva a gobernar en Cataluña y a condicionar de un modo u otro los gobiernos de España, es posible que, al menos a corto plazo, esté perdida. Pero si es plantarle cara, demostrarle que los asuntos de una determinada Comunidad competen no sólo a quienes allí residen sino al conjunto de los españoles, entonces la cosa cambia. De nosotros depende.
¿Qué podemos hacer para conseguir que el nacionalismo catalán no consiga la secesión?
–Pues actuar en el sentido de lo propuesto por el Manifiesto de los Libres e Iguales. O sea, reaccionar, movilizarse, demostrarle al nacionalismo que una gran mayoría de españoles, entre los que se encuentran no pocos catalanes, no están dispuestos a permitirlo. Y exigir al Gobierno de España y a los partidos políticos constitucionalistas la máxima firmeza y unidad.
¿Ha sido el mundo catalán de la cultura “complaciente” con el nacionalismo? (si contestas afirmativamente, “¿Por interés o por convicción?”).
–Por supuesto. Y lo ha sido por interés y por convicción –y, en muchos casos, por ambos factores a la vez–. La cultura catalana es una cultura fuertemente subvencionada, una cultura dependiente, pues, de la Administración y sus humores. Así las cosas, ¿quién será el valiente que se atreva a desafiar a esa Administración, dominada desde el primer día por el nacionalismo?
Vives en Mallorca. ¿Cómo se ve desde los llamados “Països Catalans” el ‘Procés’?
–Se ve con mucha preocupación y con bastante temor por parte de los ciudadanos que no son pancatalanistas –o sea, por la gran mayoría–. En cambio, tanto los pancatalanistas como los asimilados de derecha y, sobre todo, de izquierda no caben en sí de gozo. Como suele decirse, están que se salen.
¿Piensas que podéis ser los siguientes en ser engullidos por la ola independentista?
–Bueno, ante todo hay que desear que la ola no engulla a nadie, empezando por los propios catalanes. Pero es evidente que el independentismo ha puesto siempre el foco en esa entelequia llamada Països Catalans. Y es también evidente que los valencianos le han plantado cara con bastante más eficacia que los baleares.
¿El Gobierno Balear no da una de cal y una de arena en el tema del dominio del nacionalismo catalán en el mundo de la enseñanza balear? ¿O tal dominio no es real, solo se vende desde TV3 y los medios de la Generalitat?
–No, el dominio en el mundo de la enseñanza es muy real, más allá de que TV3 y compañía tengan también interés en propiciarlo y airearlo. Su existencia sólo se explica por la connivencia cobarde de los gobiernos del PP con el nacionalismo. Luego, cuando el nacionalismo ha compartido el poder con la izquierda toda, ha rematado la faena. Pero, insisto, porque el propio PP había sentado antes las bases o permitido que los nacionalistas las sentaran. Y ahora, cuando un gobierno popular ha querido ponerle remedio, se ha encontrado, como es lógico, con una resistencia brutal y una insumisión manifiesta, en las que nacionalistas e izquierdistas de todo grado y condición van de la mano.
¿El pancatalanismo podría ser mayoritario en las Baleares a corto o medio plazo?
–No lo creo. La sociedad balear no es como la catalana. Ahora bien, si en las próximas elecciones autonómicas los nacionalistas vuelven al poder –lo que no resulta en modo alguno descartable dada la flacidez del PP y el empecinamiento de UPyD en rechazar un acuerdo con C’s para asegurar la presencia en las instituciones de la opción política que unos y otros representan–, la puerta estaría abierta de par en par. Y no sería el resto de la izquierda en el gobierno quien la cerrara.
¿Hay una actitud más firme de resistencia en las Baleares que en Cataluña a los intentos de construcción de un Estado catalán o pancatalán? ¿Por parte de quién?
–Hombre, insisto en lo anterior. La sociedad balear no es como la catalana. Baste recordar que el partido hegemónico en Baleares, el PP, no es un partido pancatalanista, aunque a veces haya podido tener connivencias con el nacionalismo. No es el caso de Convergència o de Unió, partidos nacionalistas de raíz.
En TV3 nos venden que hay unos nacionalistas “demócratas” en las Baleares y un gobierno autonómico intransigente y que roza la falta de respeto a los derechos civiles. ¿Tienes la misma sensación? ¿O no ves esa cadena?
–En absoluto. En TV3 venden lo que venden. O sea, ideología, pancatalanismo; nada que ver con los hechos, con lo que debería ser la información. TV3 no es un medio de comunicación; es un medio de propaganda. Un megáfono, una pancarta.
Lanza un mensaje para la esperanza, si es que la hay.
–Pues claro que la hay. En todas partes. Si los ciudadanos españoles se movilizan, si son conscientes de lo que tienen y de lo que pueden perder, los nacionalistas no se saldrán con la suya. Pero si todo lo fiamos a la iniciativa de los políticos o a la rectitud de los gobiernos, me temo que lo pasaremos mal.