Veo esa foto de las dos selecciones autonómicas formando en el centro del campo mientras suenan —imagino— los himnos y me fijo en las pancartas. La de los vascos reza «One country, one team»; la de los catalanes, «Una nació, una selecció». Se supone que rezan lo mismo, pero no es así. Cierto: ambas reclaman el reconocimiento oficial de las selecciones, la posibilidad de que se conviertan, para entendernos, en la Gales o la Escocia ibéricas. Sin embargo, la primera lo hace en inglés y la segunda en catalán. ¿Por qué? La presencia del inglés parece obedecer a la retransmisión televisiva del evento y a la consiguiente oportunidad de que el mundo entero —un decir— conozca los anhelos de sus protagonistas. La del catalán no puede tener otro valor que el meramente simbólico, a no ser que la insultante proximidad con el castellano, del que no le separan —«què hi farem»— más que sendas enes finales, sirva asimismo para trasladar el mensaje a la comunidad hispanohablante. En todo caso, del hecho se desprende una evidencia incontestable: los vascos han sacrificado su lengua, y los catalanes, no. Y, dado el contexto, quien dice lengua, dice símbolo y cuanto este símbolo lleva asociado.

Así las cosas, a mí, qué quieren, esa renuncia me parece altamente significativa. Igual que me lo parece la actitud que viene manteniendo el Gobierno de Urkullu en relación con el Gobierno del Estado, si la comparamos con la mantenida a su vez por el Gobierno de Mas. Lo que va del sentido de la realidad al ensueño independentista. O, si lo prefieren, de tocar con los pies en el suelo a amagar con echarse al monte.

Don de lenguas

    29 de diciembre de 2014