Es de agradecer que, de vez en cuando, en eso que llaman la cultura catalana alguien levante la voz para decir algo sensato. Aunque ese alguien responda a unas siglas tan abstrusas como GRECS, lo que al parecer significa Grupo de Investigación sobre Exclusión y Control Sociales. Ese colectivo, formado por unos 80 antropólogos de la Universidad de Barcelona, ha hecho público un manifiesto en el que denuncia la conversión del antiguo Museo Etnológico de la ciudad —situado en la montaña de Montjuïc y cuyas colecciones, procedentes por lo general de las colonias españolas de ultramar, han sido trasladadas al nuevo Museo de las Culturas del Mundo—, en un museo dedicado a «la exhibición de objetos que pertenecen a la(s) cultura(s) catalana(s)», o sea, en un museo que sustituye su vocación universal por un localismo gallináceo. Por de pronto, ya ha trascendido la naturaleza de dos de las piezas que va a exhibir: una urna de cartón de las que se utilizaron el 9-N y la figura de la Grossa, la lotería catalana de Navidad, ese monigote a medio camino entre Núria Feliu o Magda Oranich, por un lado, y Pilar Rahola, por otro. Es de prever que más adelante el centro incorpore también la famosa estilográfica con la que el presidente Mas firmó el decreto de convocatoria de lo que aún era «la consulta», la sandalia con la que el diputado Fernàndez amenazó a Rodrigo Rato en sede parlamentaria y, por supuesto, el original autógrafo de la carta en la que el Muy Honorable Evasor se autoinculpaba de los crímenes del clan familiar. Las colas, ya lo estoy viendo, van a llegar hasta el Mediterráneo.