Por si no bastaba con los derechos históricos, ahora les toca el turno a los deberes. Alberto Garzón, esa joven promesa de la política patria al que todos sitúan ya como nuevo líder de Izquierda Unida, declaró hace unos días que «si IU hubiera hecho sus deberes históricos (…) Podemos hoy no existiría». Las crónicas no precisan qué entiende el diputado de IU por «deberes históricos», pero lo cierto es que el sintagma, así, a pelo, no resulta tranquilizador, que digamos. Si el recurso a los derechos históricos nos retrotrae inevitablemente a un terreno prepolítico, de súbditos y no de ciudadanos, a un imaginario colectivo en el que las guerras y los enfrentamientos civiles constituyen el pan de cada día, la apelación a los deberes históricos, pese a remitir al terreno de la responsabilidad y no al del viva la pepa, se mueve en parecidos parámetros. La historia como sumidero de nuestras frustraciones. Pero es que, además, siendo Garzón un comunista confeso, cuando uno le oye hablar de deberes históricos no puede por menos de recordar lo que el comunismo se ha impuesto como deberes a lo largo de la historia y los efectos subsiguientes. Como para echar a correr, vaya.