Si la edad les alcanza, tal vez recuerden aquella campaña que, allá por los años cincuenta del pasado siglo, el régimen franquista ideó para combatir el hambre. «Siente un pobre a su mesa», se llamaba. Y si no les alcanza la edad o el recuerdo pero les gusta el cine, seguro que habrán visto esa joya llamada Plácido —y que, de no mediar la censura, se habría llamado precisamente «Siente un pobre a su mesa»— en la que Luis García Berlanga recreaba con mano maestra la susodicha campaña en una ciudad de provincias. Pues bien, hoy Oriol Junqueras parece haber emprendido una iniciativa similar, aunque adaptada a los nuevos tiempos, felizmente democráticos. De precisar un lema, ese podría ser «Ponga un negro en su foto». Pero el hombre —ya sea el negro en cuestión, ya el propio Junqueras— no ha tenido fortuna. Si se fijan, en la primera de las instantáneas, la de la agencia EFE, en la que el líder de ERC sale rodeado de prohombres y promujeres de las artes y la cultura catalanas anunciando un nuevo país, nuestro héroe aparece en el ángulo inferior izquierdo de la foto. Pero en la segunda, en la de Albert García para El País, su imagen se ha fundido, por efecto de los juegos de luces, el encuadre, el momento del discurso; en fin, del azar, supongo. Por descontado, no seré yo quien dude de los méritos del interfecto —de quién ignoro la identidad, y bien que lo siento— para compartir protagonismo nacional con los Llach, Puigcorbé, Bozzo, Tresserras, etc. Ni del fair play de Junqueras al no situarlo en el centro de la foto, junto a la estrella llorona de la vieja cançó, para evitar que algún desalmado le eche en cara el uso partidista de la raza. Pero, claro, ni tanto tan calvo. Porque luego pasa lo que pasa. Es decir, que no hay campaña. Y eso, en tiempos de penuria electoral, es lo peor que puede pasarles a los partidarios de la República catalana.