Un tal Néstor Salvador, militante del SAT, el Sindicato Andaluz de Trabajadores, participó la otra noche en un mitin organizado por la ANC en el barrio barcelonés de Sant Martí. En el mitin también estaba, aparte de la recurrente Carme Forcadell y del presidente de la Fundación Pare Manel, el presidente de Súmate, apéndice castellanohablante de la ANC. Y he aquí que el tal Néstor, micro en mano y remachando su discurso con la otra, como si de un martillo se tratara, dijo lo siguiente: «No debemos olvidar que ante la gestión nefasta del Gobierno andaluz, miles de andaluces vinieron a Cataluña a trabajar, y gracias a que se les acogió tienen un futuro. Nosotros no olvidamos que el pueblo catalán nos acogió con los brazos abiertos». Curiosas palabras. O sea que para ese sindicalista pseudorevolucionario —no de otro modo cabe calificar a los que asaltan fincas y supermercados, y viven a un tiempo del dinero público— las oleadas migratorias de los sesenta y setenta del pasado siglo en Cataluña fueron culpa de un presunto gobierno andaluz de nefasta gestión y suponemos que también recuerdo. ¡Como no lo presidiera en la sombra el egabrense José Solís Ruiz, más conocido como la sonrisa del régimen! En fin. Y ese pueblo catalán de los brazos abiertos, tan de postal, no aguanta el menor contraste con la realidad. A no ser, claro, que el pueblo sea sólo lo que ellos, erigidos en sus valedores, acuerdan que es.

En todo caso, el episodio ilustra a la perfección las artes torticeras del nacionalismo. Por un lado, manejando a la inmigración —y no sólo a la de la propia Península— a su antojo. Basta ver con qué fervor de charnego agradecido se comportan algunos de sus representantes. Luego, aliándose con la izquierda antisistema para allanar algo más que un supermercado o un cortijo. Para allanar la casa de todos, esto es, la España que nos dimos la inmensa mayoría de los españoles en 1978.

El esperpento catalán (6)

    3 de noviembre de 2014